martes, 26 de febrero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Antequera de siempre







Antequera es Renacimiento y Barroco. Los libros cuentan que lo primero fue lo primero. Si nos remontamos a viejo hay que irse al Romeral y a Viera y a Menga. Si no, una subida a Santa María. Allí,  Pedro Espinosa, de espaldas al templo, - que no es irrespetuoso, que no, que es porque lo colocaron así - sigue con su lectura abierta…

Dormita el Barroco en el Carmen, en los Remedios, en San Agustín, en Santiago, en Belén… Araña vientos el Giraldillo; se hacen fuertes  espadañas, torres y veletas. Antequera la de las una y mil iglesias. Conventos, curas, frailes y monjas  que rezan maitines de madrugada, señoritos arruinados, y el pueblo, siempre el pueblo que espera.





Está la ciudad de dulce. Flores en las jardineras; macetas. Han sembrado de pensamientos – amarillos, lilas, nazarenos, blancos - los arriates de la Puerta de Estepa.  “Pensamientos míos vete a buscarla / si se niega a venirse…”

Antequera  es un pensamiento recóndito; profundo, bello, íntimo… “Si acaso te pregunta / que  quién te manda / dile tú…” En la plaza de Castilla juegan unos niños. Vociferan. Corren detrás de un balón rojo y blanco; las madres echan el rato... Pasa un hombre con un perro sujeto por una cadena. Habla en alto; el hombre habla solo. ¿Con el perro? No. Simplemente, habla.



Antequera  es un pensamiento de plata, de belleza escondida que subió de la vega, arrancado por la reja del arado a modo de Efebo; de Venus; de piezas de un mosaico romano. O encumbrada por la mano del hombre en el silencio de arte que habla por todos los rincones… “Pensamientos míos… ciegos de amores”.  A ti la siempre flor, la siempre viva”, palabras del maestro Muñoz Rojas.

¿Sigo? Sigo. Hay que ir (porque existen los pecados mortales y si no se va se cae en pecado mortal), al Carmen. Entren. Siéntense ante el retablo del altar mayor. Contemplen. Hay que dejar que pase el tiempo y el silencio, hay que recogerse en uno mismo y, después, entonces, sí, véanlo.


Desde detrás de una tapia asoma un ciprés, (como escapado de Silos). Dentro se encierra la mística de las monjitas que rezan a esas hora de la madrugada en que se para el reloj. Antequera, por donde, todavía, se pide, que salga el sol, está ahí mismo, en la orilla izquierda del río…

(Fragmento de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm. 8)







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