Antequera
es Renacimiento y Barroco. Los libros cuentan que lo primero fue lo primero. Si
nos remontamos a viejo hay que irse al Romeral y a Viera y a Menga. Si no, una
subida a Santa María. Allí, Pedro
Espinosa, de espaldas al templo, - que no es irrespetuoso, que no, que es
porque lo colocaron así - sigue con su lectura abierta…
Dormita el Barroco
en el Carmen, en los Remedios, en San Agustín, en Santiago, en Belén… Araña
vientos el Giraldillo; se hacen fuertes espadañas, torres y veletas. Antequera la de
las una y mil iglesias. Conventos, curas, frailes y monjas que rezan maitines de madrugada, señoritos
arruinados, y el pueblo, siempre el pueblo que espera.
Está la ciudad de
dulce. Flores en las jardineras; macetas. Han sembrado de pensamientos –
amarillos, lilas, nazarenos, blancos - los arriates de la Puerta de
Estepa. “Pensamientos míos vete a
buscarla / si se niega a venirse…”
Antequera es un pensamiento recóndito; profundo, bello,
íntimo… “Si acaso te pregunta / que
quién te manda / dile tú…” En la plaza de Castilla juegan unos niños.
Vociferan. Corren detrás de un balón rojo y blanco; las madres echan el rato...
Pasa un hombre con un perro sujeto por una cadena. Habla en alto; el hombre
habla solo. ¿Con el perro? No. Simplemente, habla.
Antequera es un pensamiento de plata, de belleza
escondida que subió de la vega, arrancado por la reja del arado a modo de
Efebo; de Venus; de piezas de un mosaico romano. O encumbrada por la mano del
hombre en el silencio de arte que habla por todos los rincones… “Pensamientos
míos… ciegos de amores”. “A ti la siempre flor, la siempre viva”,
palabras del maestro Muñoz Rojas.
¿Sigo? Sigo. Hay
que ir (porque existen los pecados mortales y si no se va se cae en pecado mortal),
al Carmen. Entren. Siéntense ante el retablo del altar mayor. Contemplen. Hay
que dejar que pase el tiempo y el silencio, hay que recogerse en uno mismo y,
después, entonces, sí, véanlo.
Desde detrás de una
tapia asoma un ciprés, (como escapado de Silos). Dentro se encierra la mística
de las monjitas que rezan a esas hora de la madrugada en que se para el reloj.
Antequera, por donde, todavía, se pide, que salga el sol, está ahí mismo, en la
orilla izquierda del río…
(Fragmento
de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm.
8)
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