Está con la desesperación que
se asoma por la puerta de la garganta. Pide agua, agua del cielo. Una noche,
o una tarde, o un rocío, o algo, pide
algo. El campo está seco porque quien manda en las alturas de eso que llamamos ‘cielos’
dice que no se mueva de ahí el anticiclón.
Hace unos días fui a Antequera.
El camino antinatural – porque no hay zona más dejada de la mano de los
políticos que toman decisiones en los despachos que el trazado de esa carretera
– por el Valle de Abdalajís, lleva por medio de campos donde la sementera casi
no ha nacido.
Están los trigos en la Herriza
del Duque, en la Cureña, en el cortijo del Guiterrete, en las Cuerdas, con un
quiero pero ya no puedo. Es una alfombra verde, con demasiados espacios donde
ya se ve el marrón de la tierra que se apodera del sembrado.
Pasados los Atanores, un
cabrero bajada de la sierra. Me paré con él. “Todavía, me dijo, un remedión
podría darse, pero como esto tarde, ya no habrá arreglo”. El hombre me marcó
con su mano extendida, hacia el arroyo del Búho. “Mire usted, mire usted cómo
está el campo. Da pena”.
El hombre llevaba razón. Por el
arroyo de las Piedras, el que viene desde los Prados de Eslava, baja un hilo
desganado de agua. Son las escorrentías de lo que llovió en otoño cuando sembró
de muerte, Campillos, Teba, y los pueblos de la Sierra Sur de Sevilla.
Parece que sobre nosotros se
cierne una maldición. ¿Será un repetición de aquello que llamaban plagas
bíblicias en Egipto? No sé. Mi amigo José María dice que es el cambio
climático. Mi amigo que lleva razón en muchas cosa, a lo mejor, también la
lleva en esto.
Otro amigo, Antonio García
Barbeito, lo culpa a tanto cemento que se ha comido la tierra calma y da como
solución sembrar y sembrar y sembrar árboles. No sé, después de ver lo que
están haciendo en Cantabria y cómo está por aquí el campo…,cunde, ¿qué quieren
que les diga? el desánimo….
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