El río que iba para
la campiña feraz y ubérrima para la sierra Sur de Sevilla, para donde Dios le
había marcado ruta y camino, para… pues no , miren que no. El tío va y se
vuelve y le hace un regate a Campillos y como los toros bravos se arranca de
lejos y remata en tablas y como las tablas está bien puestas, las empitona y le
lanza una cornada certera y las abre en dos (a las tablas de la cordillera,
claro) y la caliza se echa a un lado y a otro y entonces, él, sigiloso, casi
con humildad se mete por medio y abre uno de las hendiduras más asombrosas, más
soberbias, y más impresionantes. Se precipita de piedra en piedra, abajo, el
agua. Crea el Desfiladero de los Gaitantes y cuando sale por El Chorro es un
reguero de espuma clara; es un canto entre huertas con azahares en primavera y
almendros floridos en lo más crudo del invierno…
Y la ve allí,
arriba, y el río sabe que es Álora. Y ella se abre en revoleras y porque es
poesía hecha pueblo, porque es pincelada en ladera que baja del monte – desde
El Hacho- al río, porque es nácar de cal
blanca que se ofrece y liba y perfuma y es esencia y aroma y desde la lejanía,
saca el pañuelo y lo invita y lo reclama y lo llama….
Álora se asoma,
como de puntillas, a la vega, y ve cómo corre
el río - el Guadalhorce que aún no se le ha llamado por su nombre- y
desde la parte más alta a donde no
llegan las brisas que suben de la mar y se ofrece generosa, pletórica y llena.
Como el amor brujo
que canta Antoñita Contreras y rompe en el pellizco por dentro; como el poderío
de una malagueña en la voz de Benito Moreno, como esa luz enigmática, silente,
única que caza a la noche que va y viene por calles de misterio y recovecos, de
encanto y sueños…
(Fragmento
de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm.
8)
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