jueves, 28 de febrero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Guadalhorce, río nuestro






El río echa por el camino de en medio. A un lado la sierra de San Jorge; al otro, Gibalto.  Aulagas, espinos y flores con ribetes de oro viejo; encinas, chaparros y quejijos; melojos, cornicabras y rosales silvestres… Ladera de piedra. En lo alto, casi siempre el cielo limpio y alguna nube perdida que va a alguna parte…
Un camino lleva a la Fuente de los Cien Caños. Se derrama el agua de cristal; rompe la caliza. Se precipita, baja a borbotones - Va al encuentro con su razón de ser, o sea, con el río. El transito, corto; la belleza, enorme. Higueras, sauces, fresnos, chopos.

El arroyo de las Hazas de las Matas le tributa antes del llegar al Cortijuelo. El río es espada que abre herida cuando pasa por el pueblo. Flores y plátanos orientales; un río remansado… Cuando los que saben del tiempo dicen de gotas frías y esas cosas, entonces… Entonces es un bicho desbocado que no conoce a nadie.
El pueblo – Villanueva del Trabuco – recostado a pie de sierra. Olivares y campiña. El río se va, después, para tierras del Rosario; es hilo de plata entre vegetación de ribera. Cauce estrecho, besos de una a otra orilla…Aguas abajo, parque de orquídeas, regates de amor e historia. Archidona es la gracia de la Virgen de Gracia.

Se entrega  abierto a la vega. Busca el encuentro con otro río, el río Grande. Dicen los libros de Geografía que nació con vocación de Atlántico y… pues no, pues no. Bordea Antequera. Antes le vino el Parroso; ahora, el de la Villa, agua de las nieves purificadas en la caliza de El Torcal.

El río sabe que San Sebastián queda en el centro.  Una plaza y encrucijada de cinco calles: Estepa, Nueva, Cuesta de Santo Domingo, Cuesta de  Zapateros y  Encarnación. El templo, soberbio.  Hay que detenerse  y escudriñar, a golpe de vista, la belleza del campanario con el angelote desafiando vientos. Es diferente. No se parece en nada a las veletas que coronan otras torres.

El interior, asombra. Lápidas funerarias - la de Rodrigo Narváez, alcaide conquistador- repartidas por las paredes. Recuerdan a  los poderosos en dinero (¡y en qué queda todo!) gustaban pasar a la posteridad desde las umbrías de los templos bajo el amparo de luz de velas y de rezos pagados en mandas, fundaciones, capellanías, testamentos...

(Fragmento de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm. 8)

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