Tito Livio es un gato de pelo
negro azabache muy fino y brillante.
Tito Livio (Tito Livio Patavino fue un historiador romano. Escribió la Ab urbe condita. Yo, de muchacho, la
traduje, por decir algo, vamos, que la hice polvo). Tito Livio, el gato, tiene los ojos grandes y mira con fijeza. Me
sigue a todas partes… Se deja acariciar, y cuando siente la mano, encorva el
lomo y eleva el rabo como un ciprés empimpollado .
Agripina es una gata de pelo
entreverado: negro, rubio y blanco. Agripina, (Agripina, la romana era de mucho
cuidado. Hermana de Calígula y madre de Nerón. Su historia, para echarse a temblar).
Agripina, la gata, es arisca a veces y esquiva; cuando quiere se deja acariciar pero siempre avisa que tiene
uñas para arañar. Agripina se va por los tejados; busca otras lunas.
Tito Livio y Agripina no saben
nada del carajal que hay montado. Lobos de dientes afilados se lanzan
dentelladas que abren, al contrario, en
canal. Primero, una raya blanca en la piel; luego, comienza a aparecer algo
enrojecido; después, de la herida brota una hiel roja que tiene nombre propio.
No hay manera. Se ve que esta España nuestra no tiene otro modo de arreglar las
cosas…
Un carbonerillo de pechito
amarillo limón y cabecita tocada de negro se posó en una rama. Me miró; lo miré. Ambos supimos que íbamos a nuestras cosas.
Levantó el vuelo y se fue, de rama en
rama, hasta perderse en la frondosidad.
Andaban también en sus tareas
los mirlos. El año pasado una pareja anidó en el naranjo cajel que está en la
esquina, junto a la vereda que lleva a la alberca. En verano, los membrillos
dan sombra a la alberca pero antes, cualquier mañana de primavera, aparecerán
con un enjambre de flores blancas a modo de mariposas…
Casi con las primeras luces
subió el pastor a la sierra. Llevaba una
sinfonía de cencerras. Labraban los perros… Me acordé de San Juan de la Cruz: Pastores, los que fuerdes / allá, por las
majadas, al otero, / si por ventura vierdes… Un locutor, en la radio, lee un rosario de
palabras, a modo de puyas envenenadas, que publican los periódicos… Tito Livio
me miraba; él, tampoco entendía nada.
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