jueves, 18 de octubre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El niño perchelero



Málaga siempre ha mirado al mar. Le ganó terreno,  y lo echó un poco más allá. Quería alejarlo de la orilla. Era una playa llana y sin profundidad. Los barcos de  caladao no llegaban a la ciudad…

Málaga sacaba del mar parte de su alimentación: el pescado. Los tiempos no permitían su conservación. Utilizaron dos técnicas, la salazón y el secado, colgado en perchas y palos, hasta que podía transportarse a tierras lejanas.

Al otro lado del río Guadalmedina,  el campo expedito. La industria, por otro lado, causaba malos olores. Había nacido el barrio de El Perchel. La ciudad, anclada al este, el río por medio. Limitaba con  la Trinidad por el norte; por el oeste, con la Cruz del Humilladero  y el Bulto; al sur, el mar…

Barrio de pescadores. Hambre, pobreza, miseria y muertes prematuras por las epidemias o por los que se llevaba la mar.  Pilluelos de pies descalzos y encallecidos  por sus calles. Un día, un chaval  ayuda a su padre. Venden pescado por la playa de San Andrés. El destino  quiere que se encuentre con un cura, canónigo  y santanderino de origen. El niño lleva el pescado a la casa del cura en la Plaza de la Merced.

Comienza una relación como recadero. Sobrevive a un naufragio en Guinea. Su protector, don Antonio Ibáñez de la Riva, lo lleva consigo cuando lo nombran obispo de Ceuta, primero; de Zaragoza, después. Se abre una carrera prodigiosa. Estudia leyes civiles y canónicas…

Ocupa altísimos cargos en la Administración. Presidente del Consejo de Hacienda, Consejero y Camarista del Supremo Castilla, marqués de Campo Alegre. Lo nombran obispo de Cádiz. Ya estaba allí la Casa de Contratación y el monopolio del comercio con América. Funda la parroquia de San Lorenzo y pone la primera piedra de la Catedral…

En su testamento deja fundaciones para ayudar a los necesitados de Cádiz, un montepío en Zaragoza, en Málaga una, Nuestra Señora de la Antigua; otra, en San Pedro… 

El niño perchelero había nacido, en 1663, en una casa inmunda de lo que hoy se conoce como calle del Obispo en una familia venida a menos, murió en Chiclana en 1730. Se llamó Lorenzo Armengual de la Mota. Su tierra le dio su nombre a una calle. Arranca en calle Mármoles en la divisoria de dos barrios emblemáticos: la Trinidad y El Perchel.





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