Se va octubre con tiempo
revuelto. Lluvias en muchos sitios; nieve en las cumbres. Ríos desbordados y
caminos cortados. Carreteras que no unen porque se han ido los firmes y puentes
del tren que no han sobrevivido a un puente que hicieron los romanos hace dos
mil años, año más o año menos.
Alcaldes que encabezan
encierros de ciudadanos. Se ven tirados con la ruina en la puerta de sus casas
y con más promesas en el deseo que en ayudas efectivas. Cruces de acusaciones y
demasiada turbiedad en las palabras y en las aguas. Ya se sabe el barro mancha
demasiado.
Octubre se va con una niña que
quieren hacer mujer antes de tiempo y le
dan responsabilidad y la pone a leer el artículo Primero de la Constitución
ante señores muy serios y entrajados que, entre otras cosas, algunos, lo que
quieren es precisamente cargarse a esa Constitución y todo lo que ella en sí ha
propiciado y encierra.
Hay un horizonte sombrío porque
hay nubes que ocultan el sol que alumbra cada mañana y hay también otras
sombras negras que no dejan entrar la luminosidad a las mentes, precisamente ahora
que hace tanta falta.
Mañana será noviembre, el de
Todos los Santos y un cierre con San Andrés, el de las sementeras de trigos de
ciclo largo que aguardarán noches de fríos y heladas matutinas. En primavera - que está muy lejos - serán canto a la vida y
luego gavillas en la barcina y parva en la era. Esos trigos que pasan del
granero al surco y una bandada de palomas detrás del gañán en busca de algún
grano que se quedó suelto.
Flota un no sé qué de
desencanto por el aire. Es otoño pleno, es verdad, pero la poesía este octubre
ha venido con un manto negro de luto. Nos ha tocado cerca, muy cerca. Ha
rondado, también, la tragedia por otras
calles. Hay un regusto en el recuerdo de aquel Tenorio que ya no se representa y
que venía a decir algo así como “yo a los palacios subí; yo los claustros
escalé; y en todas partes deje, memoria amarga de mí”. Ahora, nos meten con
calzador lo soez del ‘jalogüin’. Buen viaje, viejo octubre.
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