martes, 30 de octubre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Teba


Teba otea horizontes.

Antes de llegar párate en el arroyo de la Venta. Acércate a pie. Oye el eco del graznar de las grajillas prolongado dentro del desfiladero. Es largo y estridente. La hendidura, consecuencia de la erosión en la  roca caliza.

Después, desvíate a la derecha; enfila la ladera. (Teba está a dos vertientes).                                         
Desde lejos, el castillo de la Estrella. Algunos castillos tienen el nombre hermoso, y más, si como éste, parece recortado en cielo. Tiene la silueta desmancada pero es todo belleza.

Teba tiene historia vieja. La presencia del hombre, desde muy antiguo. Útiles en piedra y bronce en el Pilarejo y en la Cueva de las Palomas… ¡Y lo que se ha perdido en el tiempo!

Con los romanos se  llamó Attegua. Tuvo protagonismo en las guerras entre César y Pompeyo - ¡qué menudos dos!, porque no hay pueblo en la Bética que no te digan que por su suelo se las entendieron “ambos dos”, bueno, o los partidarios de los dos, porque ellos debieron estar ocupadísimos - cuando lo del  Bello Civile y el paso del Rubicón y el “Alea iacta est” (La suerte ya está echada) que te habrán recordado las más de las veces.

Los musulmanes le dieron un empuje grande. Vamos que casi las ruinas que ves ahora son los restos de lo que edificaron. La población, sin embargo, “se movió un poco”, dicen los papeles, hacia el emplazamiento que tiene hoy.

A finales XIV, tropas de Alfonso XI de Castilla (el de la política del Estrecho y  al que  se lo llevó de este mundo la peste negra  cuando acampaba en Algeciras) conquistaron  la villa y durante dos siglos fue línea de frontera.

Pero quizá lo más curioso de la historia de este castillo viene en lo que te cuento ahora.
    
Black Douglas,  escocés,  va de camino a las Cruzadas, transportando consigo el corazón del rey de Escocia Robert de Bruce (¡qué gustos los de la  gente de entonces! ¿verdad?), tiene noticias de lo que pasaba por los contornos de Teba, y se alió con los cristianos que por entonces asaltaban el castillo.

 Murió en el empeño ¡Y es que hay caprichos que matan!
                                                    
Bájate, luego, hasta la parroquia de Santa Cruz. Es del XVIII. Tiene columnas de mármol rojo; las trajeron del Torcal de Antequera. Ahora la gente del pueblo está encerrada en su iglesia. Piden soluciones al desastre de las últimas lluvias…



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