Alguien dijo que en las esquinas se vuelve el
viento. Todas tienen un encanto especial. Puede ocurrir cualquier cosa. Tienen
su recuerdo y su punto de diferencia. Siempre
hay un no sé que al otro lado que les da un hálito de misterio y curiosidad.
El Palo, ese lugar de Málaga con personalidad y
diferenciado de todos los demás barrios, con sello propio tiene: “las cuatro
esquinas”. No como otros. Ellos, no; tienen, cuatro. La gente de El Palo ‘va’ o
‘viene’ de Málaga. En sus playas se pesca con el arte del trasmallo y pueden
verse jábegas al sol, después de la
faena.
Almonaster la Real, pueblo hermoso y bello - ¡y mira que en la
Sierra de Huelva, los hay con generosidad! – tiene un fandango cargado de queja
y realidad: “Al revolver de una esquina, / se volvieron a encontrar, /y como
dos criaturas / se pusieron a llorar:
¡El amor no tiene cura!
Rocío, brío y pasión, fuerza y vida lo cantó
para quien quisiera escucharlo: “Yo te busco, / en el mundo que me ahoga, /que
me abraza y que me olvida, / en la prisa de la gente, / a la vuelta de la
esquina…”
El Ayuntamiento de mi pueblo -creo que fue una
apuesta personal de su alcalde, y si no que me disculpe el autor- tuvo a bien recuperar la esquina que quiebra
el entronque de las calles Cantarranas y Alagarrobo. Un jardín vertical ha
puesto pinceladas de colorido y belleza. Extraordinario.
En esa esquina tenía su taller al aire libre
Enrique, ‘el latero’. Ponía lapas o restauraba con estaño los utensilios de
cocina. Entonces no se tiraba nada; se
reciclaba casi todo. Enrique tuvo un final triste y dramático. Es otra historia.
Hace juego y complementa a la esquina de
enfrente. Entre Cantarranas y Carmona. Allí colocaron el monumento a la
faenera. Un mosaico llena el testero, delante, en bronce, obra del escultor
Mario Amaya, un homenaje a la Mujer faenera que realizó una labor de trabajo
inmenso en la manipulación de los cítricos preparados para la exportación.
Hay otra esquina entre el Callejón de Padilla y
la calle Erillas. Allí las noches de invierno, a la tenue luz de la bombilla
triste y casi siempre fundida, salían fantasmas. A los niños nos daba miedo y a
ciertas horas… pues eso.
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