martes, 4 de septiembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Esquinas



Alguien dijo que en las esquinas se vuelve el viento. Todas tienen un encanto especial. Puede ocurrir cualquier cosa. Tienen su recuerdo y su punto de diferencia.  Siempre hay un no sé que al otro lado que les da un hálito de misterio y curiosidad.

El Palo, ese lugar de Málaga con personalidad y diferenciado de todos los demás barrios, con sello propio tiene: “las cuatro esquinas”. No como otros. Ellos, no; tienen, cuatro. La gente de El Palo ‘va’ o ‘viene’ de Málaga. En sus playas se pesca con el arte del trasmallo y pueden verse jábegas al sol,  después de la faena.

Almonaster la Real,  pueblo hermoso y bello - ¡y mira que en la Sierra de Huelva, los hay con generosidad! – tiene un fandango cargado de queja y realidad: “Al revolver de una esquina, / se volvieron a encontrar, /y como dos criaturas  / se pusieron a llorar: ¡El amor no tiene cura!

Rocío, brío y pasión, fuerza y vida lo cantó para quien quisiera escucharlo: “Yo te busco, / en el mundo que me ahoga, /que me abraza y que me olvida, / en la prisa de la gente, / a la vuelta de la esquina…”

El Ayuntamiento de mi pueblo -creo que fue una apuesta personal de su alcalde, y si no que me disculpe el autor-  tuvo a bien recuperar la esquina que quiebra el entronque de las calles Cantarranas y Alagarrobo. Un jardín vertical ha puesto pinceladas de colorido y belleza. Extraordinario.

En esa esquina tenía su taller al aire libre Enrique, ‘el latero’. Ponía lapas o restauraba con estaño los utensilios de cocina. Entonces no se tiraba nada;  se reciclaba casi todo. Enrique tuvo un final triste y dramático.  Es otra historia.
Hace juego y complementa a la esquina de enfrente. Entre Cantarranas y Carmona. Allí colocaron el monumento a la faenera. Un mosaico llena el testero, delante, en bronce, obra del escultor Mario Amaya, un homenaje a la Mujer faenera que realizó una labor de trabajo inmenso en la manipulación de los cítricos preparados para la exportación.

Hay otra esquina entre el Callejón de Padilla y la calle Erillas. Allí las noches de invierno, a la tenue luz de la bombilla triste y casi siempre fundida, salían fantasmas. A los niños nos daba miedo y a ciertas horas… pues eso.




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