A don Remigio donde esté; a todos mis
compañeros de aquellos años en los que nos enseñaron a abrirnos paso en la
vida.
El aula de Ciencias Naturales
era espaciosa y con mucha luz. Estaba en la planta baja de la rotonda. Se
llegaba, después de bajar por la escalera de caracol, atravesando un patio con forma
de semicírculo cubierto con cristalera…
En uno de los laterales, una
ventana por la que entraba la luz. En el testero de enfrente, una vitrina
acristalada con muestras de mineralogía, animales y pájaros disecados, instrumentos de ciencias
y precisión. Tenía llaves pero las portezuelas nunca estaban cerradas.
El profesor de Ciencias
Naturales en 5º de Bachillerato era don Remigio Sánchez- Mantero. Había sido
director en el Instituto de Baeza y en el femenino de Málaga, el que estaba en
calle Gaona y donde había estudiado Severo Ochoa cuando en Málaga, la de las
‘cien tabernas y una sola librería’, también había un solo Instituto…
Don Remigio tenía la cabeza de
nieve. Un acento castellano (porque don Remigio era de Valladolid) en el que
pronunciaba la ‘elle’ de calle y no la de lluvia que pronunciábamos nosotros. Siempre
de traje, camisa muy limpia y corbata; zapatos negros y con brillo. Sus años – don
Remigio era ya muy mayor – hacían que entre nosotros, además del prestigio
académico tuviese un algo muy especial…
El libro de texto, las Ciencias
Naturales, de Salustio Alvarado. Un tocho. Más de trescientas páginas sin una
ilustración. A lo sumo, unos dibujitos a plumilla. A mí me vino muy larga la
Cristalografía. Le daban la mano la Estratigrafía y Geología Histórica, las
Esquizofitas, Talofitas y Muscíneas… (La alegría del barrio).
Algunas veces, como gente con
quince y dieciséis años entre nosotros afloraba una pizca de gamberrismo de
aquel tiempo, claro. Hecho el lipendi alguien sacaba un ejemplar de mineral de
su caja:
-
Don Remigio, ¿este pedrusco…?
-
¡Hijooo, saltaba como un resorte, no seas animal…,
eso no es un pedrusco, es un mineral!…
Déjalo en su sitio y no incordies.
Un día, el periódico publicó
que habían descubierto diamantes en Carratraca. La gente del pueblo se echó,
literalmente, al monte. Debajo de las camas, un auténtico arsenal acumulando con
todas las piedras ‘raras’ encontradas que había visto desde siempre pero que
ahora las pensaron como parte del tesoro…
-
Don Remigio, ¿se ha enterado usted que han
descubierto diamantes en Carratraca?
-
Anda, hijo, no digas tonterías y, atiende…
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