En Cádiz sonó como una bomba –
y allí de bombas saben un rato - el anuncio de rescisión de contrato para la
construcción de los barquitos por parte de los dirigentes de Arabia Saudí.
Hablan de tropecientos millones de euros los que se van a invertir. Se los
puede llevar el viento…
Dicen que la culpa la tienen
las bombas que llevan los barcos. Vamos, vamos a ver, y si, de una puñetera vez,
somos serios. ¿Qué iban a llevar los barcos de guerra, bombitas pestosas como
las que usan los niños en la escuela? Ah, a lo mejor con este buenismo - cara dura más bien, en algunos – podrían
pensarse que en las bodegas del barco llevaban cajas de bombones. Que no son como
bombas grandes, que no. Que no son, tampoco,
los de chocolate.
Los barcos de guerra y éstos
que van a construir lo son. Llevan armamento del que mata, del que hiere y
causa mucho dolor. De eso que todos sabemos que son cosas malas si se utilizan
para hacer cosas más malas, peor. Depende, claro, del uso que hagan de ellos compradores.
Nos vaya a pasar como al pobre
que pedía en la puerta de la iglesia. La beata le da una peseta y muy moralista
ella va y le dice:
-
Y, ahora, vas y te lo gastas en vino…
-
Si te parece, le contestó el hombre, lo pongo a
plazo fijo.
El trabajo en Cádiz, mejor, los
puestos de trabajo no están de sobra. Y quien tiene la suerte de agarrarse a
uno no está dispuesto a que le vengan con monsergas, con promesas y con no se
sabe cuántas cosas buenas que les van a dar.
Toda la bahía de Cádiz anda con
más penuria que alegrías. Los tanguillos hablaban de los tirabuzones que se
hacían las gaditanas con las bombas que tiraban los sitiadores en la Guerra de
la Independencia. Se lo tomaban a chufla. Era otra guerra. Éstas de ahora no
están tan cerca. En Cádiz – como en todos sitios - saben que con las cosas de
comer ni se juega y ni están dispuestos
a tomarlas a pitorreo.
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