Septiembre huele a nardos y a
Virgen de Flores, a noche de novena con la iglesia medio llena los primeros día
y faltando bancos, después, a abanicos que hacen competencia a los ventiladores
que giran y giran en las columnas, a puertas abiertas de par en par y no
termina de entra la brisa…
Septiembre huele a romería en mañana
de calor. A carreta tirada por una yunta de vacas – ya no quedan bueyes ni carretas
en el campo – que trae al recuerdo a Periquito, Pedro Márquez y que ahora
siguen los que siempre estuvieron con él. Septiembre huele a frontiles nuevos y
a coyundas de estreno y a aguijada de punta fina…
Septiembre huele a caballistas
y monturas y corceles de bríos y niñas guapas a la grupa y un moño de flores en
el pelo y a paso lento, detrás, de los que van al paso de la carreta de la
Virgen. Los que caminan delante echan espumas por los befos y hay relinchos y
apretura de bocados y espueslas.
Septiembre huele a tallos de
olivos doblados. Varetones que no pueden con el peso de la aceituna que tiene
cuerpo y tamaño y pide salmuera y ‘la prueba del huevo’ para ver si tiene su
punto óptimo…
Septiembre huele a ‘pedreses’ en los paseros que serán arrope cuando tengan
varios hervores en el caldero y luego, a modo de almíbar, esperan turno en la
penumbra de las despensa para endulzar las gachas los días lluviosos de
invierno…
Septiembre huele a barbecho, a
primeras aguas de otoño, a sementeras y a grano en tierra que espera ciclo de
germinación y caña y espiga y barcina y parva en la era a los pies de la cobra
que los trilla…
Septiembre huele a pajarillos
con alas de libertad recortada camino del colegio, a ropa nueva, y a libros con hojas pegadas, y a lapicero y sacapuntas y
a goma de borrar, y a reencuentro con el
curso, en que todo ya es lejano, y sobre todo, ese final en el horizonte de mayo
y junio, y donde ¿quién sabe?, una tarde
cualquiera, por un suponer, llegue el
amor primero…
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