martes, 25 de septiembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ufff....



25 de septiembre, martes, calor de verano.- He tenido una movida interna en la reubicación de libros en la biblioteca. Me reencuentro con “Los Pilares de la Tierra”  de Kent Follet. Le he echado un vistazo por encima. Cuando lo leí, en su día, saqué una conclusión: a pesar de que todo sale mal el mundo marcha sin nosotros.

También tiene sitio ‘nuevo’ un libro comprado en el último viaje a Madrid, en el Pasadizo de San Ginés, esquina con la calle del Arenal. Lo encontré en un librero de viejo, “Historias de una taberna”, de Antonio Díaz-Cañabate. Llevaba tiempo tras su búsqueda. Me dio una gran alegría poder reencontrar a dos amigos: a la obra y al autor con quien obviamente nunca pude hablar pero, a veces, los autores de algunos libros son nuestros amigos. Tiene sabor, esencia, enjundia y casticismo. Como los vinos buenos -y va de taberna- hay autores que no pierden con el tiempo. Puede sonar a tópico. No es el caso. A don Antonio lo conocí cuando compraba aquellos libros de, a cinco duros, que RTVE puso en marcha para aficionar al personal a lectura. Yo me las andaba, entonces, por la Escuela Normal. Cinco duros era mucho dinero y uno fue comprándose la colección con el sacrificio propio de quien estaba a la cuarta pregunta.

Me dicen que en Sevilla arden – por calor y por deseos – de que cambie algo el tiempo. De petición de cambios pueden andar algunos políticos. Leo que en las cloacas del Estado a una señora ministra que conocen por la ‘Lola’ le han abierto brecha. Señora, no le compro la ganancia…

Hay días en que no ocurre nada, o casi nada, y me entero, también,  que otra política de alto copete ha manifestado en una entrevista en televisión que  comenzó a trabajar con catorce años. Señora, ¿eso es una ilegalidad, verdad? En mi pueblo las niñas de catorce años en aquellos años de infausto recuerdo trabajaban en la casa de los señoritos por jornales de miseria… Los niños no lo tenían mejor. Porqueros o guardando animales en los cortijos… por la comida y unas migajas de jornal. Aquellos tiempos sí que eran duros, y ¿sabe usted? conozco a algunas y algunos con una gran dignidad, entonces y hoy, y yo me siento muy orgulloso de la amistad con que me honran. Ojalá pudiese decir lo mismo de ustedes, ambas, dos.



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