9 de septiembre.- Lo dice el
refrán. “Pasó el día, pasó la romería”. Calor. Nubes altas; claros y, de vez en
cuanto, pero con mucho tiento, una pizca de brisa que viene del mar y refresca el ambiente. Se agradece.
El temor a un cambio repentino
del tiempo ha ausentado a mucha gente. Han anunciado para este fin de semana una gota
fría que ahora lo llaman Dana (Depresión en las capas altas de la atmósfera que
por culpa de la diferencia de calentamiento entre el mar y la tierra origina
lluvias torrenciales). Menos carrozas, menos caballistas, menos romeros a pie
que es una de las maneras de ir a la romería.
Hace años que no subo al
convento. Me puede el calor de estas horas de casi mediodía donde el sol, en su
cenit, aprieta más y los rigores de los días finales del verano tienen una
fuerza más rabiosa. Y como un olivo da
tan poca sombra…
La última vez que subí fue hace
ya un tiempo. Como casi siempre, a media mañana, me eché a andar un poco
delante de la carroza. Como casi siempre
asistí a misa, de pié, entre los últimos
bancos y la puerta. ¿Por qué me gustará colocarme, siempre, al fondo de los templos? Después tomé unas
cañas con mi amigo Diego Rodríguez. Diego, de niño, guardaba las vacas en los
juncales y lastoneras del Guadalhorce. Con doce años emigró al Colegio de
Huérfanos de Ferroviarios de Madrid. Se topó en el camino con el compromiso de
servir a los demás, y se hizo salesiano. Guinea, primero; parroquias marginales,
después, en Fuenlabrada, Alcalá de Henares, Parla; ahora en Soto del Real… Diego
es de los curas a los que merece la pena seguírsele la pista.
Diego siempre viene por el
pueblo con las fiestas de la Virgen de Flores. Esta tarde – él tampoco ha
subido al convento – estamos citados para ‘echar’ un rato. Vamos a hablar de
muchas cosas. Siempre es así. Estoy seguro que me hablará de los nidos de
cigüeñas que le tienen hecho cisco el tejado de la iglesia con los nidos pero
no se pueden tocar porque están protegidos, de las Escuelas de Formación
salesianas, de los curas tan mayores que tiene con él, del pellizco que se le
agarra cada vez que vuelve al pueblo ‘porque cada vez, me dice, me falta más
gente’…
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