domingo, 9 de septiembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Romería


9 de septiembre.- Lo dice el refrán. “Pasó el día, pasó la romería”. Calor. Nubes altas; claros y, de vez en cuanto, pero con mucho tiento, una pizca de brisa que viene del mar  y refresca el ambiente. Se agradece.

El temor a un cambio repentino del tiempo ha ausentado a mucha gente.  Han anunciado para este fin de semana una gota fría que ahora lo llaman Dana (Depresión en las capas altas de la atmósfera que por culpa de la diferencia de calentamiento entre el mar y la tierra origina lluvias torrenciales). Menos carrozas, menos caballistas, menos romeros a pie que es una de las maneras de ir a la romería.

Hace años que no subo al convento. Me puede el calor de estas horas de casi mediodía donde el sol, en su cenit, aprieta más y los rigores de los días finales del verano tienen una fuerza más rabiosa.  Y como un olivo da tan poca sombra…

La última vez que subí fue hace ya un tiempo. Como casi siempre, a media mañana, me eché a andar un poco delante de la carroza.  Como casi siempre asistí a misa, de pié,  entre los últimos bancos y la puerta. ¿Por qué me gustará colocarme, siempre,  al fondo de los templos? Después tomé unas cañas con mi amigo Diego Rodríguez. Diego, de niño, guardaba las vacas en los juncales y lastoneras del Guadalhorce. Con doce años emigró al Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Madrid. Se topó en el camino con el compromiso de servir a los demás, y se hizo salesiano. Guinea, primero; parroquias marginales, después, en Fuenlabrada, Alcalá de Henares, Parla; ahora en Soto del Real… Diego es de los curas a los que merece la pena seguírsele la pista.

Diego siempre viene por el pueblo con las fiestas de la Virgen de Flores. Esta tarde – él tampoco ha subido al convento – estamos citados para ‘echar’ un rato. Vamos a hablar de muchas cosas. Siempre es así. Estoy seguro que me hablará de los nidos de cigüeñas que le tienen hecho cisco el tejado de la iglesia con los nidos pero no se pueden tocar porque están protegidos, de las Escuelas de Formación salesianas, de los curas tan mayores que tiene con él, del pellizco que se le agarra cada vez que vuelve al pueblo ‘porque cada vez, me dice, me falta más gente’…




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