Para ti...
jueves, 31 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Primores
La Cancula era el sitio donde
terminaba el pueblo cuando éramos niños. Había una prolongación, un poco más
allá, solo un poco más allá. Allí estaba la Fuente de la Manía donde se abrían
las carreteras – eufemismo de entonces, claro – que iban a El Chorro, por
Flores a Carratraca, y la que bajaba a la Estación… No, no es el caso.
La Cancula era el lugar donde
terminaban los paseos. Allí estaba
el cine de verano, donde en las noches de estrellas, Gary Cooper seguía,
como siempre, ‘Solo ante el peligro’ o John
Wayne cabalgaba y cabalga por los desiertos del
lejano Oeste tan lejano, entonces, como ahora, Marilyn…, bueno, eso era otra
cosa… No, no es el caso.
Solo traspasar el cine de
verano, estaba el parque. ¡ Ay de aquellas parejas que osaran, sin carabina,
adentrarse en la oscuridad… La lenguas afiladas del beaterío oficial cortarían
sin piedad hasta el despellejamiento… No, no es el caso.
Dijo Juan Ramón que el pueblo
se haría nuevo cada año. En la Cancula – que ya no es lo que era – se ha
abierto una Sala de Exposiciones. La cultura se ha tirado al monte. Bueno,
tampoco, tampoco. Por esa sala ya han pasado exposiciones de mucho tronío…
El maestro Azorín hablaba de lo
primoroso de lo pequeño. A eso iba. Mañana – viernes, 1, a las 8,30 de la noche
– Toñi Díaz Blanco cuelga una muestra de su arte. Toñi es una artista de lo
primoroso. Su trabajo –autodidacta – es en punto de cruz. Esta mujer ha logrado llevar al lienzo obras
de arte de la pintura universal.
Toñi, que es muy modesta, tiene
el miedo escénico del artista que casi no valora su trabajo. Se equivoca. Todo
lo que ofrece es primoroso. Asombra la capacidad su capacidad para darle ese
barniz especial que solo saben poner las personas que están tocadas por la
varita mágica de lo excepcional.
Su obra, primorosa. Su obra es
única. Su obra es de esas que van a
marcar un antes y un después de la exposición de la mujer que cambió el cielo
azul de su calle Peligros por el azul del Mediterráneo, su vecino de enfrente,
en Fuengirola, su pueblo de adopción. No se la pierdan. Le auguro a ella, un
éxito excepcional, a ustedes, cuando acudan, una enorme sorpresa.
miércoles, 30 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ADN
Vengo de las tierras medias, a
donde no llegan las brisas que suben de la mar, las tardes de estío. Vengo de
una tierra, donde se paran a tomar
respiro los aires del norte en los meses duros del invierno. Vengo de una tierra
perfumada de azahares en abril, y olor a
rastrojo -pinceladas de otro color - en verano…
Vengo de una tierra donde un
río, el Guadalhorce, la surca desde la caliza de la sierra a las llanuras de
aluvión entre meandros de fertilidad, en un caracoleo imposible y lento, de
andar cansino como quien se va pero no quiere irse camino de la mar que está
casi al alcance de la mano.
Vengo de una tierra donde las
huertas frondosas están en la media distancia. Ni lejos ni cerca. En su sitio.
Vergeles ahítos de verdor con frutos ebúrneos y sensuales asomados como quien
juega al escondite, entre las hojas a la espera de la mano que les de alcance.
Mi infancia, un paisaje de
pueblo. Cal blanca en sus paredes y cielo azul con palomas que hacían círculos
en sus vuelos cuando bajaban a beber en las pocas fuentes que entonces había en
los rincones de la calle. Los amaneceres olían a pan caliente, a caldeo con
retamas, romeros y aulagas…
En la juventud, atardeceres
violetas malvas, rojos, rosáceos, anaranjados, amarillos…. ¿Esperaba en mundo
nuevo? Tiempo que no se veía así mismo. Sueños, muchos sueños.
Quedan enfrente los Lagares, tierras
“que para pan no son”. Almendros en el
sitio de la vid a la que tumbó la filoxera. Olivos centenarios, injertos de
acebuches, de troncos retorcidos como oprimidos por el dolor donde el trabajo
siempre superó a los posibles beneficios de la recompensa.
Vengo de un tiempo en el que había
toque de campanas. Tocaban a gloria, a fuego, a agoni, a muerto, a vísperas, a
tercia, a nona... Tocaban las campanas a misa. “Niño, mandaba la voz ronca de
Vicente, el sacristán, el segundo…” Anunciaban con repiques que salía Jesús
Sacramentado a la calle el Día del Corpus. Comunicaban que había llegado la
hora del Angelus. “El ángel del Señor anunció
a María…”
martes, 29 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La vara de medir
La tienda de Victorino Blanco
era la mejor tienda de tejidos del pueblo. Victorino había llegado, hacía mucho
tiempo, desde la Tierra de Cameros, el
Camero Viejo, en La Rioja, cuando era tierra de Castilla. Era un hombre bajito,
agradable de palabra y estricto en algunas cosas.
La tienda de Victorino tenía
los tejidos colocados de manera oblicua en unas estanterías de madera. Con esa
colocación ganaba en profundidad y espacio. Sobre el mostrador había varias
varas de medir. Era un metro de madera que los dependientes usaban con destreza.
“Deme usted, le pedían, tres cuartos y cinco centímetros de muselina blanca”. Y
acertaban. Otras clientas, lo necesario para hacer una camisa de dormir, un
pantalón… Los botones se compraban en casa de Mariquita Rengel, en la calle
Cantarranas, que tenía el mejor surtido.
Victorino y sus dependientes
usaban con una precisión inusitada para los niños profanos la vara de medir, y luego, las tijeras que se desplazaban a la
largo de la pieza de tela con una velocidad de asombro y llegaban justo hasta
el filo donde debían llegar.
Hace unas noches el Real de
Madrid - ¿ustedes, por un casual han escuchado algo? – se ha proclamado Campeón de Europa y en sus
vitrinas-museo alberga trece, además de otras de muchísimas competiciones.
Pues a lo que iba. Noche de alegría para sus
seguidores y va un nota y se descuelga con unas declaraciones. Ponen un punto
de amargor entre los seguidores del equipo. Parece que el pollo quiere más
dinero. (Más, de lo que oficialmente gana, dicen, que es muchísimo; de lo otro
presuntamente, nada de nada).
Hay otro ‘artista’ que encima
de tener moño de bonete y más lesiones acumuladas que hojillas un almanaque de
los de antes , va y dice algo parecido y
que como no juega todos los domingos pues que quiere irse…
Naturalmente, los que toman
decisiones en ese equipo – máquina de hacer dinero – jamás van a leer estas
líneas. El cuerpo me pide que les apliquen la vara de medir y las tijeras, en
sentido figurado, por supuesto, que usaba Victorino y, puerta, pero puerta
grande y con un moñito el uno para el pelo de bonete, el otro para la nuez,
porque el muchacho, además de nuez, tiene castaña…
lunes, 28 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tagardinas
Acompaño a David al Valle de
Abdalajís. Pueblo blanco, impoluto. Al pie de la sierra, a orillas del arroyo
de las Piedras - ¡qué nombre más bien puesto! - y frente al arroyo del Búho, el que vine desde los Prados de Eslava a sol
poniente de El Torcal.
Hemos ido a comer una olla de
tagardinas. En otros sitios las llaman tagarninas y taganninas. De las tres
maneras. Es lo mismo. Silvestre, crece
en los secanos, generalmente en tierras recias. Su desarrollo, al principio, rastrero;
luego, se hace más aérea y se cubre de espinas.
Cuando está tierna se monda con
los dedos para quitarle los brotes espinosos. Su troncho se cuece, a modo de
berza, en una olla con garbanzos y
enriquecida con productos del cerdo: tocino, carne, morcilla y chorizo. Es un
plato fuerte. Propio de invierno. En los meses mayores y, sobre todo, en verano
por su alto poder en calorías hace sudar.
Antes de llegar, frente a los
lavaderos, un pastor esperaba que abrevasen las ovejas. Me dice que el campo
está hermoso. Le digo que sí. Luego, me habla de la altura - ‘con estas aguas, porque casi todas las
tardes, llueve ¿sabe usted?’ para reafirmarse – que coge la yerba. Me anuncia
que el verano, cuando todo se seque, puede ser de miedo, ‘por los incendios
¿sabe usted?’ Le vuelvo a decir que sí.
El hombre tiene ganas de
hablar. Me pregunta si voy a Antequera. Le digo que no, que no voy a Antequera,
que vengo al Valle a comer una olla de tagardinas. ‘Viene al mejor sitio ¿sabe
usted?’ Le digo que sí, que lo sé, pero
que mi amigo no conoce las tagardinas,
no las ha comido nunca y por eso lo traigo…
‘Ah, ¿que este hombre no es de
aquí?’. Le digo que no, que no es de aquí y que por eso lo traigo. ‘Y usted
tampoco es de aquí, porque su cara no me suena. ¿De dónde remanece usted?’ De
ahí, de Álora… ‘Y ¿ su amigo, si no es
mucho preguntar, ¿de dónde es?’ De
lejos, de muy lejos. ¿Usted ha escuchado hablar de Barcelona? ‘Claro, hombre,
me dice’. Pues de allí… ‘Y ¿ qué hace por aquí, si puede saberse?’ Pues ya ve,
que la gente lo anda tó… ‘Ah, claro,
claro…’
domingo, 27 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Magna Mariana
Magna, acepción femenina del
adjetivo latino de tres terminaciones,
magnus-a-um. Los pobladores del Lacio donde Romulo y Remo, según la
leyenda, fundaron, sobre siete colinas, una
ciudad a orillas del río Tíber, jamás pensaron que, miles de años después, su
adjetivo, en las tres terminaciones, tendría vigencia.
Magna fue la precesión de
Vírgenes coronadas – nueve y la patrona diez, en cuyo honor, se hacía la celebración una
tarde de mayo, a orillas del mar azul donde
las olas son crestas de nácar en la bahía. Magum Gaudium, o sea máximo
gozo, como cuando proclaman Papa desde el balcón de San Pedro, vivido por los
organizadores; magnus, grande, el que
vivió el sentir cofrade.
Luz, cielo azul y gaviotas
sobrevolando el cruce de Calle Peregrino con Conde Duque de Olivares. Trono
plateado de alpaca, Virgen del Carmen del Perchel. Talla de Navas-Parejo, imaginero
nacido en Álora. (La decana de las imágenes coronadas, Auxiliadora, también,
obra suya). Hubo otra presencia de Álora. Pasó desapercibida para muchos. María
Dolores Laguna captó un detalle en el trono de la patrona: la Encarnación de Álora.
Mena – La Soledad de Mena –
tiene otra manera de relucir bajo los rayos del sol de la tarde. Era algo insólito. Dolores del Puente puso a
sus pies – normal buscar un punto
diferencial en esta cofradía – un ramillete de azucena y entre las azucenas
flores lilas de cardos – en este caso, alcauciles – “flor entre espinas”.
Zamarrilla bajó el puente de la
Aurora como sabe hacerlo. Dobló la esquina entre Cisneros y Fernán González, maestría,
poderío; única. “Vamos a ver a la Trini”, dicen, a mi lado. Entró a sones de
música acompasada por el público con silencios y aplausos cuando dobló el
Pasillo de Santa Isabel.
Rocío – blancura - bordeó el
parque. Se alejó hacia su barrio Victoriano,
a San Lázaro. Por allí, Málaga - tiempo lejano - campo y refugio de
marginados. ¡Maldita lepra!… Esperanza y Expiración, otra cosa. Tronos
inmensos; manera de procesionar, diferente. Barcos en la calle. Bordearon
Atarazanas. Recuerdos del tiempo en que los barcos llegaban hasta allí.
La tarde la abrió la Virgen de
la Victoria. Luego, desde el umbral de
la puerta principal de la catedral vio pasar todas las imágenes. En común el nombre de María y Coronadas:
Carmen, Mena, Dolores del Puente, Zamarrilla, Auxiliadora, Trinidad, Rocío, Esperanza
y Expiración. El pueblo de Málaga en la calle…
viernes, 25 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Margarita
“Margarita está linda la mar…”.
Siguen otras cosas. Habla del viento y de la esencia sutil del azahar y de
princesas bonitas y de rebaños de elefantes y de que ninguna, ninguna era tan
bonita como ella, Margarita.
Lo escribió el padre Rubén.
Málaga le dedicó un busto en el extremo del parque, casi en la esquina, donde se vuelve la brisa.
Desde allí las palomas de Picasso en lo alto de las palmeras – lo cuenta el
maestro Alcántara - veían los barcos que entraban por la bocana del puerto y
tocaban las sirenas y avisaban a la gente de tierra que llegaba gente de la
mar.
Madrid también le puso un busto
y dio su nombre a una glorieta y a una estación del Metropolitano, en la línea
5, el que yo tomo cuando recojo a mis nietos del colegio en esas tardes donde
las calles comienza a vestirse de misterio y cambian de color porque dicen que
viene la noche.
Otro poeta, Ricardo Cocciante, nacido
en la Indochina francesa, le puso voz y música a un poema. Lo llamó Margarita. Quiso
que el negro de su vida no sea como el negro de la noche. Pidió que se haga
grande la luna y llene el cielo y todo sea sonrisa…
“Recojamos todas las flores,
dice, que puedan darnos la primavera” y alcanzar las estrellas, y coger una y….
-
C’est la vie en rose
¿Cómo cantaba Edith Piaf en las calles de París? No, no. Algo más. Un
sueño imposible porque Magarita es ‘buena y dulce y verdadera’ y es la sal y el
viento que se vuelve. Con la mano en alto y la palma entreabierta y lágrimas
exprimidas muy adentro le dice que es
amor…
-
Et moi aussi
Y una voz
salida desde no se sabe dónde, entre un susurro imperceptible:
- Au revoir, mon petit cheri…
- Au revoir, Margarita…
Está irrespirable el aire por
muchas cosas. La apetencia de poder siega con hoz mohosa la razón. Hay un río
de agua turbia. Pasa por la puerta de nuestras casas. Huele a cieno. Es
nauseabundo.
Hay palomas en las palmeras del parque El campo tiene
amapolas en las lindes y Margarita que subió a cortar una estrella, a su vuelta, contó al rey que fue “a la azul
inmensidad”. La mar linda y el viento…
jueves, 24 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cantos de sirena
Dicen que son melodiosos y embaucadores,
dulces como la miel y sutiles como la brisa que infla las vela de los barcos. Dicen
que son tan encantadores, que quien los escucha difícilmente puede sacudirse de
ellos y se ve empujados por un impulso interior a seguirlos. Dicen que…
Ulises, a quien el padre Homero
hacía viajar por las aguas azules, de olas encrespadas y rizadas de nácar del
mare Tirreno, de regreso a Ítaca, las temía. Les tuvo tanto miedo, que advirtió
a sus hombres del peligro que encerraban y les aconsejo que de amarrasen al
mástil del barco para evitar que fuesen arrastrados hasta ellas. Él mismo se
tapó los oídos con pez para aislarse del peligro.
Nadie sabe si las sirenas son
rubias, morenas o de cabellos castaños. Hay quien afirma que su busto de mujer
se remata con forma de pez y ellas, en su desgracia, lamentan no tener pies
para irse tras los hombres y bailar con ellos.
Cuentan que las sirenas se
acercan a la playa, se suben a las rocas y con peines de coral, escarmenan
sus cabellos, dejan sus restos, algas
capaces de enredar a navegantes incautos.
Yo la única sirena que conozco
es la que, en bronce, está sobre una roca en el puerto de Copenhague. Cuando la
vi me pareció poca cosa. Dentro de mí surgió un sentimiento de piedad y
compasión hacia ella pensando en lo que serán las noches de invierno con aguas
gélidas en aquellas latitudes.
En la Costa del Sol, en los
meses de verano, aparecen otras sirenas. Desembarcan de aviones – o sea, que
vienen desde tierra adentro, muy adentro – y dejan que el sol achicharre su
piel hasta cambiar el rubio nórdico por un moreno casi africano. A veces, para
conseguirlo con más rapidez – el calendario de las vacaciones es efímero y
juega en su contra – se ponen unos potingues de botica.
Hay también sirenas de río.
Algunas se quedan varadas entre los juncos de sus orillas y se enredaron en las
raíces de los sauces y árboles de ribera que crecen junto a la lengua del agua.
Aunque para enredo el que se le ha venido encima a la trama de los que se dejaron
seducir por los cantos del dinero fácil… ¡Dios, qué escándalo y qué poquísima
vergüenza!
miércoles, 23 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz del río
Y, entonces, Dios un día que a lo mejor estaba hasta aburrido, se puso a pensar y
dijo, en voz alta para que lo escuchase todo el mundo pero como no había nadie
lo escuchó solamente, El: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo.
Lo cuenta la Biblia en ese
libro tan grande que, por lo que dicen, entero, lo que se dice entero, solo lo
han leído los protestantes y según de qué iglesias, porque todos, parece que
como que no. A ese día se le llamó, Día
Primero.
Y se puso en marcha la
Creación. Y, anda que seguro cuando Dios ve ciertas cosas que hacemos los hombres
puede que se diga para sus adentros. “Me he lucido, ahí me he lucido pero como
les di la libertad pues luego ha venido lo que ha venido”.
Dios encontró que aquello funcionaba y fue creando
y creando y creando. Decidió – hay quien dicen que bastantes años después, bastante después – crear un río
grande. Muy grande. Le dio nacimiento entre las Sierras de Pozo y Cazorla que,
naturalmente, no se llamaban, en aquel tiempo, de esa manera y le dijo: y te vas a ir al mar,
a otro mar también muy grande pero mientras sí y mientras no, tu también serás
mar, pero solo por un tiempo…
Y el río, cuando las tierras se
fueron yendo a su sitio, tomó el camino señalado y se fue en busca de ese mar
que Dios le había indicado. El río era
travieso. Algunos ríos, como los niños pequeños, se hacen traviesillos y empezó
a extender sus aguas y las dejó a manera de marisma para que pastasen
caballos y toros – que por más que se
intentó no llegaron a tener los ojos
verdes – y aves, tantas, tantas que cuando levantan el vuelo, a veces, hasta el
sol se oscurece…
Y pasó mucho tiempo, mucho
tiempo y dejó pinceladas rosas en sus amaneceres y transformó, en espejo, sus
aguas. En ellas se miraban los árboles
de la ribera y las nubes de paso… Gozaba la gente.
La verdad que todo,
exactamente, no fue así, pero pudo serlo. Y, entonces, a uno se le ocurren esas cosas…
martes, 22 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Niños sin tirachinas
Las imágenes son tremendas. Los
hombres en su desencuentro habitual algunas veces van más lejos de lo deseable.
Se embarcan en decisiones que pueden tener más o menos comprensión según qué
partes pero ningún sentido común.
El del pelo de purpurina ha
decidido que su embajada en una tierra que se llamó ‘prometida’ para el pueblo
Israel ahora se va de una ciudad a otra. No le gusta el mar de Tel Aviv y se
traslada a Jerusalén. Así entre gente lógica pues podría pasar sin más. Pero no
es el caso.
Jerusalén, la ciudad eterna –
al menos, conflictiva desde su fundación - parece que resiste a tirios y
troyanos. O lo que es lo mismo: hebreos, cristianos y musulmanes. Todos dicen
que es su ciudad y que, además, por si faltase poco, Santa.
Los del bando contrario, en
este caso, bandos porque son unos pocos, musulmanes y palestinos dicen que no
están de acuerdo con la decisión. Los cristianos también hacen lo que pueden y
los hebreos apuestan por la mayor. No cabe mayor desatino. Todos contra todos.
El pueblo, el pueblo llano ese
que manejan en todos sitios, se ha tirado a la calle. Es la guerrilla en todas
las equinas. Los niños palestinos no juegan con tirachinas como los niños de
otras tierras a ver quién pone la piedra más lejos. No. Aquí a ver quién la
pone en la cabeza del soldado israelí, su enemigo irreconciliable que no usa
armas de piedras y hondas sino otras más
mortíferas. Vamos, las que matan de
verdad.
Hablan de muertos, demasiados
muertos. Siempre en las guerras mueren los más desgraciados, los más
indefensos, los que están en la calle. Los que deciden en despachos, a miles de
kilómetros, a esos no les llega el polvo de la batalla.
No tienen tirachinas los niños
palestinos. Les pesa la injusticia y la incomprensión de muchos hombres que han
olvidado que un día fueron niños y que probablemente nunca jugaron con
tirachinas, los de verdad, no los mortíferos del odio y la incomprensión.
lunes, 21 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lluvia en mayo
Llueve. Lo dice el hombre del
tiempo. Avisa de colorines en no sé cuántas provincias. Cuando yo era joven,
los colorines solo se empleaban en las carreras de cintas a caballo o en
bicicletas. Era algo común en las verbenas de entonces. Alguien puede pensar que
hablo del Antiguo Testamento, más o menos.
Ahora sabemos del peligro de
las alertas por no sé qué color en el mapa. Y por si fuese poco, también hablan
de granizo y tormentas y ventoleras locas de esas que se llevan las macetas de
las ventanas y arrancan persianas y chapas y antenas… Vamos, una gozada.
No viene bien el agua en mayo
tardío. Hace daño. Ya, espigados los trigos. Los racimos de uva asoman entre
pámpanos verdes. Dan gloria bendita los garbanzales. Son de un verde oscuro y
profundo como el verde de la Esperanza Macarena cuando mira de esa manera con
que solo miran las Vírgenes de la Esperanza.
El agua deja mal al refranero.
Por otros sitios dicen ‘como agua de mayo’. Eso es para lugares tardíos de
Castilla la de los páramos y alcores, la de las lomas pardas y tierras de
calma, la de orillas de ríos de aguas
profundas y misteriosas, para esa Castilla que hizo una cosa que se llamó
España y que ahora se empeñan en destruirla…
Aquí, en Andalucía, al campo lo
hace el mes de abril. Ese de las bruscas por la tarde y amapolas en las lindes,
ese de olivares entramados ofreciendo su fruto como el cielo estrellado ofrece
puntos luminosos para que los de la tierra sueñen.
Ahora, cuando suenan los
goterones en los cristales – repiqueteo morse al alcance de la mano - y el campo está abierto en un compás de
espera, como aguarda el maestro, de
rodillas, en la puerta de chiqueros a
que salga lo que tiene que salir y que viene desde lo más hondo de la oscuridad,
ahora, el campo teme el pedrisco inoportuno, el vendaval que revuelca espigas,
el oidio que lo ahiña todo…
Cantaban esta mañana los
pájaros. Me acuerdo del romance…”Que por mayo, era por mayo / cuando hace el
calor / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor… No. No quiero
agua en mayo, pero ya se sabe, manda Otro…
domingo, 20 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Benito
Tiene la estatura proporcionada
para no ser ni alto ni bajo. La medida exacta de los españolitos, niños en los
años cincuenta del siglo pasado, que
comían pan con pringue en el desayuno,
aceite con un espurreo de azúcar en un hoyito de pan para la merienda, y sopas
– sopas perotas - al mediodía…
Quiero decir que Benito –Benito
Moreno López - no viene de la generación
‘del yogur’. No. Benito supo en su niñez
de lo que era el mundo que lo rodeaba. Se crió en la Plaza Baja – luego le
pusieron, de la Despedía – y conoció que en su barrio no sobraba, precisamente,
la ‘abundancia’.
Se hizo hombre. Comenzó muy
pronto a destacar. Niño de buen gusto. La voz tomó el camino del tono grave.
Benito, voló de la sombra de su abuelo. Se hizo así mismo, en la vida y en el
cante. Su puesto, indiscutible, su saber hacer y su manera de comunicarse con el
público lo pusieron en un lugar donde han llegado muy pocos en un pueblo donde
tiene en su esencia impreso el ser ‘Cuna de la Malagueña’.
Benito en sus actuaciones, salió solo lo preciso del
ámbito local, lo ha bordado: Pau (Francia) Barcelona… Eso de que la buena ropa
en el arca se vende, le perjudicó. Se refugió siempre en la timidez del artista,
porque es un hombre introvertido y con miedo escénico.
Tuvo, además, desde muy pronto,
un problema añadido. Eso que los médicos dicen qué la producen pero no saben
qué es ni cómo combatirla: la alergia. Se le presentaba en los momentos más
insospechados, le mermaba y, a veces, casi le hacía enmudecer.
Su voz potente, la medida de
los tiempos, el ajuste a la esencia del cante y la métrica en la dicción le ha
llevado a ser uno de los grandes cantaores por Malagueñas, y ahora, entre los
cantaores vivos, ocupar el primer lugar sin nadie que se lo dispute ni desde
lejos.
La Peña Flamenca de Álora le ha
tributado un homenaje. Emotividad,
cariño… a rebosar. Prolegómenos y
ausencia de la mesura en el tiempo como suelen hacer los flamencos en sus
cosas. “A Benito Moreno, Grande entre los grandes, cantaor puro y profundo, Benito ¡Perote!” Reza en el
pedestal de un pequeño recuerdo ofrecido por sus amigos “Perotes por la
Perosia”. La madrugada dio cobijo a los asistentes…
sábado, 19 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Victoria Moreno
María Victoria Moreno, hija de
abogado y maestra, nació en el pueblo extremeño de Valencia de Alcántara, casi
en la raya de Portugal, en mayo de 1936.
Pasó algunos años de su infancia en
Extremadura. Luego vivió en Barcelona, donde cursó el Bachillerato, para
terminar en Madrid estudiando Filología Hispánica. Tuvo como profesores a
Lapesa y a Dámaso Alonso.
En 1963 llega a Galicia por
destino de su marido en la ONCE. Descubre muy pronto que hay dos Galicias. Una,
la de los que hablan en gallego; otra, la de los que hablan castellano. La
primera, muy pronto, vio que era la Galicia de los pobres. Hacia ellos va a
dedicar su vocación docente.
En Barcelona, de la mano de
Cervantes – fue una conocedora exhaustiva del Quijote – y de Exupery, a través
del Principito, le va a venir su amor por la literatura bien hecha. Pulida,
extraordinariamente trabajada. Profesora de Literatura pretende inculcarlo en
su alumnado.
Comienza a tener contacto con
la Literatura gallea. Inicia el estudio de la Lengua y ella, que se considera
‘forastera’, se imbuye de tal manera que su obra por la que ha sido premiada en
el Día de las Letras Gallegas” que se
celebra el 17 de mayo coincidiendo con la publicación de Rosalía de Castro
‘Cantares Gallegos’.
Durante el franquismo sufre una vigilancia
extrema. Se ve como una mujer peligrosa que dedica parte de su tiempo a dar
clases de gallego en un barco, en las iglesias, en locales donde tiene cabida
el despertar cultural y la inquietud de mucha gente. Se le retira el pasaporte,
el mayor castigo puesto que era las pocas libertadas que podían disfrutarse: el
viajar. Tanto ella como su marido se ven perseguidos por la oficialidad.
Afirma abiertamente que escribe
en gallego para niños. Su literatura, principalmente dirigida a los niños, no
queda anclada ahí sino que también la extiende a la novela. Su prosa ágil,
llena de ternura y diáfana tiene una gran aceptación.
Muere víctima de un cáncer en
2005. Había vivido en la tierra gallega – Lugo, Vilagarcía, Sanxenso, Ourense –
donde se impregnó de tal manera con su cultura que se consideraba una gallega
‘que había nacido en Extremadura’ que tuvo ‘pasión por enseñar’.
viernes, 18 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Antequera
Antequera
fue la ciudad en la que dormí, en pensión de pueblo, la primera noche que lo
hacía fuera de mi casa. Acudíamos al examen de Ingreso. El instituto se llamaba
y -se llama- Pedro de Espinosa. Íbamos seis: dos niñas y cuatro muchachos.
El ‘mixto’
nos recogió, al caer la tarde, en la estación de Álora. Nos dejó en la de Antequera con noche
cerrada. Recuerdo que subimos, por la cuesta de la estación, andando. En los alrededores, de lo que años
después supe que era la iglesia de los Trinitarios, unos niños jugaban en torno
a una hoguera.
Las
imágenes de infancia no se borran. La habitación era grande y
destartalada, paredes encaladas, techos
altos y balcones grandes. En un rincón, cerca de la puerta de entrada, había un
palanganero, con jarra, jarrón y toallero. Estaba de adorno, porque el servicio
-si se le podía llamar así- se ubicaba al fondo del pasillo. Del techo pendía
una bombilla de luz pálida y tenue. Aquella noche dormí muy mal.
Después
he vuelto muchas veces a Antequera. Admiro la monumentalidad que encierra. Uno
siente sana envidia cuando sabe de tanto bueno y en ocasiones, tan desconocido
como encierran estas ciudades.
He
pasado la tarde en Antequera, porque por mayo veneran, al Cristo de las Aguas.
Bajamos a San Juan, a donde el Señor de las Aguas; después por la Virgen de la Espera hemos subido a Santa
María la Mayor.
La
ciudad bajo los pies se extiende pletórica de belleza y encanto. Pedro
Espinosa, libro en mano, petrificado, duda si seguir la lectura, admirar un
balcón ahíto de geranios de la calle de en frente o pasear la vista por
tejados, espadañas y campanarios.
Desde
la explanada los tejados muestran sus tejados marcados por rayas blancas de
cal. Una manera distintiva de afianzar, aún más, una personalidad que sale a borbotones. Alguien dijo en cierta
ocasión que “por muchas razones, Antequera tiene que ser la capital de
Andalucía”. No aportó ninguna. Se la birlaron. Una pena.
jueves, 17 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Recuerdos
Acaso vivir no sea más que
abrir el álbum y pasar hojas. Fuera si fuese otoño correría la brisa y se
habría venido la noche encima. Ahora no es otoño. La primavera está en todo su
esplendor. Han encañado los trigos, se tornan amarillas las lomas, están verdes
los pámpanos de la parra. Los rosales ponen notas de color. Están a punto de
abrir los jazmines…
Esta tarde ha sido una tarde
nostálgica. A veces los recuerdos tienen esas cosas. Nos pasan facturas. Ha
venido Elvira. Elvira es una muchacha rubia en la flor de la vida. Me ha traído
su invitación de boda. Hasta aquí algo normal de las que pasan cada día.
Elvira es hija de mi amigo
Miguel Antonio Bootello. Mi amigo, hace veinte años que se nos fue. Mi amigo y yo
estábamos unidos desde la niñez. Luego vino la adolescencia y los años en que
nos fuimos haciendo hombres…
Le he contado que en mi época
de estudiante de magisterio, al mediodía de los jueves, me chupaba la última
clase y nos íbamos a ver el entrenamiento del Málaga. No era algo ejemplar,
pero éramos jóvenes y algunos gusanillos nos podían…
El álbum de los recuerdos es un
tomo voluminoso cuando la edad avanza. En cada hoja hay un algo especial. Son
los amigos. Se me fueron yendo. Es una puñeta eso que los amigos se te vayan
yendo. Hay una tala en el bosque continuada y sin tregua.
Romero San Juan, - una pena que
se nos fuese tan pronto – lo dejó dicho y cantado muy requetebién. “Pasa la
vida” y pasa la gloria y pasamos todos.
Los ríos siguen su curso. Lo que ayer eran vivencias de juventud y uno
creía en muchas cosas hoy son meras pinceladas en nubes de ensueño y, luego,
vinieron los desengaños y ese sabor amargo que jalonó muchos días…
Abrir el álbum de los recuerdos
trae estas cosas. Un hálito de añoranza flota esta tarde…
miércoles, 16 de mayo de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Silencio
El gallinero está un poquito ‘altereao’. Lo decía esta mañana en la
barra del bar un hombre mayor. Tiene – al menos a mí me lo pareció – más años
de los que aparenta, arrugas en la cara a modo de surcos profundos, como los
que hace el agua cuando corre con fuerza, y muchos silencios por dentro.
La televisión del bar ponía
imágenes de un parlamento. En el español hay una señora que no aplaude las
actuaciones de los suyos batiendo palmas. No. Golpea sobre la barandilla que
tiene delante de su asiento…
Dice el maestro Alcántara que
el silencio es la verdadera lengua universal de todos los hombes. “Podemos
hablar diferentes lenguas pero todos hablamos el mismo silencio”. No hay nada
más expresivo, más locuaz y más inteligible que el silencio. Solo hay que
pararse y escuchar el silencio.
Sería conveniente estar un rato
en silencio que no es lo mismo que estar callados. Silencio interior para
escucharnos, primero a nosotros mismos, luego, para saber que a nuestro
alrededor hay gente que tiene mucho que decir. Esperan el momento. A lo mejor,
ni les damos la más mínima opción para hacerlo.
Hace unos años conviví una
semana con unos amigos en Monasterio Jerónimo del Parral, en Segovia. Los
jerónimos como casi toda las órdenes religiosa están en una crisis que camina –
no en silencio, sino a voces – hacia la
extinción. La experiencia, positiva. De todo se aprende.
En las horas de ‘trabajo’ nos
mandaron colocar cientos de libros dejados sobre las mesas según habían
llegando. Esperaban la mano que los llevase al último destino. Me dijeron los
compañeros, que el año anterior, ellos que realizaron el mismo trabajo, habían
dejado una señal. Nadie había entrado en la biblioteca de miles de libros
durante todo ese tiempo. Allí reinaba otro silencio.
Dice el tópico que el campo
está en silencio. No es cierto. No hay en la naturaleza algo que hable más que
el campo. Solo cabe que alguien quiera escucharlo. El campo habla de una
manera que no es como habla el silencio. Al campo hay que saber escucharlo.
Hay que saber también escuchar
el silencio del mar. El rumor de olas en el rebalaje cuando se va la tarde, el
acucurro de nubes bajo el cielo… Son maneras que vienen de la mano del
silencio. Otro silencio…
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