Dice el Maestro Alcántara que
el silencio es la verdadera lengua universal. “Podemos hablar – ha dejado dicho
este joven que acaba de cumplir noventa años – distintas lenguas, pero todos hablamos
el mismo silencio”. Cuando habla el Maestro al alumno le queda aceptar y
aprehender – aprender, también, claro – pero lo primero conlleva más.
El hermano Rafael, hoy en los
altares, escribía en el cuaderno de su diario en Dueñas que era hermoso el
silencio de los trapenses. Ya se sabe que esos son hombres hechos de otra pasta
y de otra madera. En su trabajo el silencio era compañero diario y unas veces
arañando terrones en el huerto o en la celda siempre iba de la mano del monje.
El silencio no está de moda.
Parece que el ruido – la antítesis – es sinónimo de felicidad. La gente se
grita, vocifera, eleva la voz porque que cree que dando más voces, entonces se
afianza más su identidad y todos sabemos que están allí.
El hombre de la tómbola en las
ferias hace saltar los decibelios y los
tímpanos e incita a los transeúntes a
que le saquen la papeleta que conlleva una olla de porcelana, una muñeca con
los pelos rizados y un vestidito monísimo. También puede aparecer – pero eso no
ocurre casi nunca – una bicicleta y… ¿Dónde se queda el de la cacharrería de
cochecitos y artilugios? Ruido y ruido y más ruido…
Es curiosa la vida que
transcurre en un mercado. En las atarazanas los pescadores gritan y pregonan la
mercancía de su pescado. Los jureles son más frescos, las bacaíllas tienen las
agallas más ensangrentadas o los boquerones vienen más plateados de la mar
porque el hombre que los vende lo grita aunque nadie les haga caso.
Silencio de los hombres solos.
Silencio de esas horas de la madrugada cuando los gatos, sigilosamente – o sea,
en silencio – se las andan por los caballetes y buscan alguna paloma incauta
que no buscó el cobijo del palomar. Silencio de quien se pregunta muchas
porqués sin respuestas…
Hace un rato que acabo de
llegar del campo. El campo, al contrario de lo que creen muchos, nunca está
callado. El campo es una sinfonía perfecta; es una música que se expande con
otra manera de silencio; en el campo habla Él… No para, no cesa; es el ‘silencio’
del campo, o es Dios que es lo mismo.
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