Dicen los que saben de Física
que los cirros son nubes altas. Están en esas capas de la atmósfera donde la
temperatura es bajísima. Tan baja que el cuerpo humano no las puede resistir.
Desde abajo, desde el suelo, son nubes deshilachadas; jirones perdidos por el
cielo que aparecen de vez en cuando.
Están formadas por cristales de
hielo. Pueden ser parte del resto de lo
que ya pasó o un aviso del frente que viene. Un amigo dice que este año en que el hombre del tiempo anuncia nubes y
claros, a nosotros siempre nos tocan los claros. Ahora los cirros pueden
anunciar que viene ‘algo’. Ese algo es la lluvia deseaba y esperada que tarda
tanto.
Es un paisaje azul. Marilina
estaba allí para captarlo. Todos podemos verlo. Entre los cirros y las montañas algunas nubes
sueltas; sobre las cumbres pinceladas blancas, diminutas. Son restos de la
nieve que bajó estos días pasados. Por otros lugares fue mucha. Tanta que la
gente hasta dicen que salió harta; por aquí solo un pespunteo en las cumbres.
Todo es azul. No sabemos de qué
color es la mano de Dios. Unas veces es de rojo de amapolas entre los trigales
de abril; otras, de margaritas y florecillas silvestres en los bordes del camino;
a veces, es la blancura de la flor del
almendro, del azahar de primavera; del color de las rosas… o del azul de la
montañas en una mañana fría de invierno.
En la falda de la ladera el
pueblo espera el rayo de sol. Es ese rayo que aporta vida. Es un rayo tibio,
dulce, calentito, deseado. El pueblo está quieto. Aguarda el momento y se asoma
como empinándose de puntillas en el anhelo de lo deseado.
Es un paisaje azul y gélido. Es
un día de invierno de cielo lejano y sombras prologadas. Es el paisaje de esos
días en que, al amparo de la chimenea, se deja que corra, que pase, dulcemente,
el tiempo y entonces, solo entonces se permite que afloren esas añoranzas…¿Te
acuerdas, aquel día azul detrás de la ventana con cirros en el cielo…?
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