martes, 30 de enero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Callos


Los dedos de su mano marcaban cinco caminos: honradez, trabajo, solidaridad, amor, sufrimiento. Su mano encallecida sabía de espalda achicharrada al sol y del desamparo, casi permanente, en el alma. Conocía la injusticia del jornal cicatero y el abuso de quien tenía el poder. Su mano abierta, estaba limpia de la suciedades de otras manos que hacían el recorrido entre su propio bolsillo y el de su pecho.

Era un hombre honrado. Honrado a carta cabal. Su cara de arrugas, el espejo de su alma.  Su  palabra valía lo que no era capaz de recogerse en los papeles escritos y  no tenía doblez. Se levantaba antes que el sol, y se acostaba, mejor se rendía, cuando ya las estrellas llevaban un rato grande en el cielo.

Trabajaba duro. Cada tiempo marcaba un ciclo. Sementeras, cavas, escardas, siegas bajo el sol de la siesta y el agua caliente del cántaro porque el pozo estaba, en ocasiones, muy lejos. Era dura la era, y la viña y la almendra con el suelo lleno de espinas de cardillos secos; eran frías las mañanas con la escarcha…

En el campo – entre la gente del campo – la solidaridad era grande. Sobraba miseria.  Se compartía lo poco que había y la alegría era de todos. No había fiestas pero cuando había que festejar algo se compartía. Cuando llegaba la muerte el dolor también llamaba  a todas las puertas.

Eran hombres cargados de hijos. La gran ilusión del hombre del campo era que su hijo tuviese una formación. Que hiciera la carrera que él no pudo hacer nunca. El mendrugo de pan de niño,  la carencia de la adolescencia,  la madurez temprano hizo que todo lo que él no había tenido lo volcase en los hijos que algunas veces hurgaban en la talega en busca del mendrugo que él, conscientemente, fingía olvidado.

Sufrió de niño. Sufrió a lo largo de toda su vida. Muchas veces el final fue triste. La pobreza y la miseria que cantaban los poetas era muy bonita en los versos y muy dura en la realidad. Noches de lluvia calándose el tejado; el jornal que no había,  y cuando lo había, casi no llegaba. Don Antonio Machado dijo de ellos que era buena gente y que un día descansaban bajo la tierra. Amén.





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