Los dedos de su mano marcaban
cinco caminos: honradez, trabajo, solidaridad, amor, sufrimiento. Su mano
encallecida sabía de espalda achicharrada al sol y del desamparo, casi
permanente, en el alma. Conocía la injusticia del jornal cicatero y el abuso de
quien tenía el poder. Su mano abierta, estaba limpia de la suciedades de otras
manos que hacían el recorrido entre su propio bolsillo y el de su pecho.
Era un hombre honrado. Honrado
a carta cabal. Su cara de arrugas, el espejo de su alma. Su palabra
valía lo que no era capaz de recogerse en los papeles escritos y no tenía doblez. Se levantaba antes que el sol,
y se acostaba, mejor se rendía, cuando ya las estrellas llevaban un rato grande
en el cielo.
Trabajaba duro. Cada tiempo
marcaba un ciclo. Sementeras, cavas, escardas, siegas bajo el sol de la siesta y
el agua caliente del cántaro porque el pozo estaba, en ocasiones, muy lejos.
Era dura la era, y la viña y la almendra con el suelo lleno de espinas de
cardillos secos; eran frías las mañanas con la escarcha…
En el campo – entre la gente
del campo – la solidaridad era grande. Sobraba miseria. Se compartía lo poco que había y la alegría
era de todos. No había fiestas pero cuando había que festejar algo se
compartía. Cuando llegaba la muerte el dolor también llamaba a todas las puertas.
Eran hombres cargados de hijos.
La gran ilusión del hombre del campo era que su hijo tuviese una formación. Que
hiciera la carrera que él no pudo hacer nunca. El mendrugo de pan de niño, la carencia de la adolescencia, la madurez temprano hizo que todo lo que él no
había tenido lo volcase en los hijos que algunas veces hurgaban en la talega en
busca del mendrugo que él, conscientemente, fingía olvidado.
Sufrió de niño. Sufrió a lo
largo de toda su vida. Muchas veces el final fue triste. La pobreza y la
miseria que cantaban los poetas era muy bonita en los versos y muy dura en la
realidad. Noches de lluvia calándose el tejado; el jornal que no había, y cuando lo había, casi no llegaba. Don
Antonio Machado dijo de ellos que era buena gente y que un día descansaban bajo
la tierra. Amén.
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