El tren llega a su hora; el
tren se va a su hora. Une la capital con el pueblo. El tren hace el trayecto varias veces todos
los días. El tren tiene nombre propio: es el Cercanías. Va y vine a Málaga.
Lleva, según qué hora, un tipo determinado de gente; trae, también, según otros
viajeros.
Es moderno, limpio, ligero.
Lleva calefacción en invierno; aire acondicionado en verano. En las horas de
más calor refrigera; se está a gustito. En invierno, cuando aprieta el frío,
entonces, calentito.
Al tren se accede por un
estribo que acciona el hombre que manda; o sea el maquinista. Ese hombre también,
un momento antes de ponerse en marcha acciona un mando y se cierran las puertas.
Es un tren moderno por megafonía dicen en español y en inglés cuál es la
próxima estación y esas cosas… ¡Si los viejos levantasen la cabeza!
Antes de ponerse en marcha un
timbre con sonido raro avisa a los viajeros. Los viajeros pueden mirar cómo
pasa el paisaje por amplios ventanales. Es un tren luminoso. Algunos cristales
están rayados por los gamberros. Ya se sabe, si no dejan la huella parece que
su felicidad no es completa.
Felipe Aranda es un artista.
Felipe se echa a la cara la máquina y capta lo que se refleja en el cristal del
tren que hace de espejo: el naranjo del andén, los cables del tendido
eléctrico, el castillo en lo más alto, coronando del Cerro de las Torres.
No hay nadie en la estación.
Todo es quietud, silencio. El tren está
en esa espera en que le tiene que llegar la hora de partir… “y cuando llegue el
día del último viaje…” Lo escribió don Antonio Machado. Siempre hay un primer y
último viaje.
Los trenes – este tren - aguarda en la estación. Antes los trenes
llegaban con mucho retraso; ahora los trenes modernos, limpios, insonorizados
hasta se dejan retratar y permiten que el fotógrafo firme su obra de arte en el
costado del lado inferior izquierdo…
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