Cae
la tarde. Hace fresco. Se puso el sol; la brisa mueve las copas de pinos.
Sinfonía de silbos entre las agujas afiladas; a veces, un leve susurro entre
las hojas; otras... Se han ido los últimos turistas. No se asoma nadie al
acantilado. Avanzan las sombras. Abajo, el mar. Es un mar profundo. Está en
calma. Solo una leve mecidas de olas casi imperceptibles.
El
cielo se ha vestido con un tinte anaranjado. Se difumina el color. Es Él. Ahí
está su mano. Él se ha asomado esta tarde, como todas las tardes, como cada
día, en muchos lugares. Lo mezcla en la paleta; lo extiende con sus pinceles. Va
del rojo, junto al agua, hasta un amarillo intenso, primero; luego, más suave,
más tenue.
En
la lejanía, con dificultad se divisa un promontorio minúsculo. Está en el
horizonte. Se levanta lo justo; lo preciso. Está allí donde cielo y mar son una
misma cosa. Está en su sitio. Es África; son las cumbres del Atlas.
“Imagínate
una tierra donde África es hermana…” y hablaba -la canción - en su recital, de Venus con sonrisa de gitana, y de gente que
bebía – ahora, también – en la Semana Santa y de la muerte que es gloria cuando
la fiesta es brava.
Luis
Eduardo Aute la compuso en 1967.‘Mi tierra, mi gente’. No tuvo el éxito
previsto. Hablaba de las tierras de España a las que entrelazaba con un
estribillo pegadizo: “Así es mi tierra, así es mi gente”. Yo era joven; me
ilusionaban, aún, en muchas cosas.
En
aquel tiempo aquello se conoció como ‘Canción del Pueblo’. En España tenemos
afición por encasillarlo todo. Lo dejó escrito don Antonio Machado: “la España
de cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón
y alma quieta, / ha de tener su mármol y su día, / su inefable mañana y su
poeta”.
Cerro
Gordo es un promontorio junto al mar de Ulises. A un lado, La Herradura; un
poco más allá, Salobreña y Almúñecar; por poniente, Maro, Nerja y, en el
extremo la Bahía de Málaga recortada por la Sierra de Mijas. Cerro Gordo está,
pasada la Punta de la Mona, entre las provincias de Málaga y Granada.
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