Se han puesto de moda los insultos. Eso, como dice
alguna gente, “mola”. Se arremete contra los propios o contra quienes saben que no se van a revolver.
Es más, hay un deleite, desde la orilla cuando se ve que ofenden a los otros.
Una complacencia sórdida e hipócrita.
Desde hace un tiempo se ha instalado la zafiedad, el
mal gusto y algo tan barato como la basura. Cada noche tiramos bolsas y bolsas
de basura; la comida sobrada. No es
esa. Hay otra basura. Entra a nuestras
casas por la televisión, por la radio, por la prensa, por los comentarios de personas
(perdón por llamarlas personas, al
igual, ahora soy yo quien ofende) en tertulias donde saben y opinan de
todo.
Saltan imágenes de los que siguen a su equipo de
fútbol. Los cafres, tímidos pájaritos en jaula si se les compara con el modo de
actuar de esta gente. Da igual Madrid, Sevilla, Nápoles, Varsovia o cualquier
ciudad con entidad o un pueblo perdido en el mapa. Los ciudadanos normales de
esas ciudades o esos pueblos no tienen nada que ver con los que llegan ni con
los que los están recibiendo.
Me pregunto. No encuentro la respuesta. ¿Qué hemos
hecho mal? El carnaval era una válvula de escape para la libertad de expresión.
Ahora, en algunos lugares, no es así. Recuerdo esa gracia fina, elegante,
irónica de Cádiz. La comparo con lo visto en otros sitios… ¡Dios mío qué mal
sabor de boca!
Hace unos
años llenaron los aires unas sevillanas
bellísimas. La compusieron: José M. Muñoz
Alcón, ‘Evora’ y su hermano Isidro.
La cantaron los Hermanos Reyes, los de La Trocha, Raya Real… La
titularon: “Pensamientos míos”. Iban dirigidas a una mujer. Me apropio de
ellas. Y ¿si cambiamos el destino y se la dirigimos al buen gusto, a la
urbanidad, a la tolerancia, a la sutileza… a lo que ustedes quieran pero que
nos ayude a cambiar esto. ¡Lo añoro tanto!
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