El templo magnífico, soberbio, espléndido. Se entra
por dos puertas laterales. La puerta principal da a la plaza; se abre en
ocasiones o para los acontecimientos. El templo es del siglo XVII.
Entre el altar de Santa Rita y el baptisterio está
la puerta del campanario. Es de madera. Pequeña; humilde. La puerta, antes
estaba siempre abierta. Los monaguillos subían para dar los toques. Llamaban a misas,
rosarios; tocaban a quema; al Angelus; a muerto… Los monaguillos y los toques
se han perdido.
La puerta ahora está cerrada con llave. Al
campanario - tiene cinco cuerpos - se sube por una escalera de caracol.
Estrecha; huele a humedad; a lugar cerrado. Hay restos de palomina por el
suelo.
Un pequeño ventanuco deja que entre luz. En el segundo cuerpo estaban los cordeles
que movían los badajos de las campanas; ahora, son eléctricas. Han perdido
encanto. Los niños no se balancean en el
extremo del cordel…
El tercer cuerpo es ciego; el cuarto, más luminoso.
Arriba, una vez coronado, el quinto, cuadrangular;
abierto. Cuatro ventanas. Miran a los puntos cardinales. En los arcos, las
campanas. “Campana de mi lugar / tú me quieres bien de veras…” Felipe Aranda
subió un día, y nos lo regaló para recuerdo.
La vista excepcional. Al sur, el barrio más bello de
Álora. Embrujo y misterio; cal blanca que reverbera. Lo corona el castillo. Es
el Barranco o el Albaicín, que para el caso es lo mismo, nuestro. Poesía
chorreada a lo largo del tiempo.
A poniente, el Monte Redondo. Un poco más abajo, la
erosión recorta la roca blanda. “Es la puerta de la iglesia”. Hazas de
sembrados; olivares. A la derecha, el Hoyo
Brioles; más abajo, El Baece, y los Pechos de la Villa, y el Arroyo Hondo
que siempre está seco…
Por el norte,
el pueblo se encarama. Sube, trepa, asciende. Quiere llegar a lo más alto. El
Hacho se lo pone difícil; imposible; claudica; se rinde a sus pies. Siempre, un
cielo azul. Vuelan los sueños.
Por oriente, aparece el sol cada mañana. Muy a lo
lejos, El Torcal; luego, otros montes más cercanos: el Cerro de la Fiscala, los
Lagares, el Cerro del Espartal. Casi al alcance de la mano, el Cerro del
Calvario… Desde oriente, la luz. Olor a humedad en la escalera del campanario…
Miguel Salas (D.E.P.), hermano de Maruja Salas y jugador del Álora en los años treinta, me contó que en cierta ocasión le castigaron (sabes que la escuela, tu escuela, estaba junto a la iglesia) y le encerraron en una habitación en la que había una especie de respiradero. se coló por él y apareció en el campanario, yéndose de allí a su casa.
ResponderEliminarSe ve que la necesidad agudiza el ingenio aunque sea para escaparse de la escuela por... el campanario.
Eliminar