miércoles, 22 de marzo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El río

¡Ay, río de Sevilla! si yo supiera escribir te diría que eres remanso de quietud y belleza.  Como aquellos versos de Gerardo Diego hacia otro río, el Duero, te veo ‘quieto y en marcha’;  vienes desde tierra de sierras, pinos y violetas,  y te vas, y te vas… ¿Hasta dónde se adentran tus aguas cuando llegas a Sanlúcar?

Remansa el agua su ímpetu en la orilla. Limo y tierra húmeda; lugar donde las olas – porque los ríos también tienen olas – vienen; dejan su beso dulce, tierno, delicado… Un beso de amor bajo las sombras de los sauces; un beso de amor tan soñado como los versos que no se escriben  nunca.

No tienen las  ramas tendidos pañuelos blancos para saludarle cuando suban los veleros. Son ramas de sauces, alisos, álamos de riberas. Están hechas al río; el río, a ellas. Se ven se saludan, se reverencia;  las ramas son muy cumplidas; nunca pierden las formas.

La luz; la sagrada luz, la divina luz de cada mañana se asoma al horizonte. ¿Dónde están ahora los sueños acunados durante la noche cuando las estrellas se asomaban a las horas largas y todo en sí es un deseo?  Los sueños se desvanecen cuando llega la realidad, la realidad nuestra de cada día;  todo lo que pudo ser se quedó en evaporescencia sin cuerpo.

¡Ay, río de Sevilla! si yo pudiera te diría que ahí, muy cerca hay alguien que abre el compás como nadie, que se sacó de la manga un quite por cigarreras, clava los pies y, entonces… hay un revuelo de mariposas por dentro y uno siente… ¡ay, río de Sevilla! lo que se siente por dentro…


Y, un poco más allá, en la llanura inmensa hay toros que no van a tener los ojos verdes y que comen margaritas en abril y en mayo;  y, amapolas de sangre, cuando encaña el campo.  Y va por el aire un recuerdo de aquel hombre que todavía no me he enterado si era más poeta que ganadero;  más garrochista que torero; más… ¡Ay, río de Sevilla si yo supiera…!
La imagen puede contener: cielo, árbol, crepúsculo, exterior, naturaleza y agua

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