domingo, 5 de marzo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Chaparrones

El invierno se ha aquerenciado, como los toros mansos, en tablas. Ha metido atrás los cuartos traseros; de ahí no se mueve. Hace amagos de arrancarse, pero cuando lo hace, y sigue el vuelo del capote que lo cita, al momento vuelve, otra vez, al refugio seguro de la madera que le da cobijo.

Los chaparrones arrecian, a ratos, desde hace un par de días. Dice el hombre del tiempo que todo viene de unas borrascas profundas que nacen en el Atlántico y que barren la Península con impulsos fuertes dejando en algunos sitios un agua bendita que pone el campo de cine, pero no de cine de Hitchcock donde todo era suspense y miedo; no.

No he visto todavía las golondrinas; no han llegado tampoco las tórtolas. Deben andar con los trámites aduaneros del tiempo, y aguardan, al otro lado del Estrecho, que esto se asiente un poco. La espera ya no es larga; apremia la urgencia. Alguien dirá: “una golondrina no hace primavera” pero sí están por aquí, la primavera está más cerca.

El campo, precioso; tiene bendición de Dios. Su mano ondula los trigos. Ya despegan un par de palmos del suelo. Es una alfombra continua. Los habares llenos de flores cuajan en vainas; apuntan los tallos tiernos en los olivos; están encendidas de rebrotes  nuevos las huertas. Cantan los pájaros al amanecer…

 Los frutales ¿qué les digo de los frutales? Parece que han tenido un pique con la floración de los almendros y como los niños en la feria cuando el hombre de las ‘cadenitas’ preguntaba ‘¿queréis más’? y nosotros, con una sola voz, que se oía hasta donde Cristo dio las tres voces, decíamos “Síííí…”


A ratos se abre el cielo. Las nubes se van para otra parte. Los perfiles de las sierras se recortan en el horizonte; el castillo, en su sitio de siempre. Álora está hoy más blanca…

La imagen puede contener: montaña, cielo, exterior y naturaleza

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