El pueblo tenía su pequeño comercio. A los niños nos
parecían muy grandes, pero eran pequeños; muy pequeños. Panaderías, tiendas de
tejidos, carnicerías, fraguas, dos
drogueros, un puñado de barberías, zapaterías de maestros artesanos,
carpinterías… y tabernas, muchas tabernas.
Las tahonas abrían temprano. Antes que apuntase el
día. Olían a pan caliente, a retama de caldeo y a aulagas. Las bestias descargaban,
la tarde antes en las puertas, y la calle era un aroma a campo...
Las tiendas de tejidos anunciaban, sobre el dintel,
con un letrero: Cofecciones. Las piezas de tela se desplegaban sobre el
mostrador; los dependientes eran muy hábiles – algunos para sisar centímetros
- en el manejo del metro largo de
madera.
En la calle Toro había una fragua y en el Camino Nuevo, en la Cancula, en el
Camino de la estación… Tenían encanto; misterio. Las chispas saltaban con el
empuje del fuelle. El tintineo del martillo sobre el yunque era un carillón de
hierro y fuego; el hierro incandescente hervía al enfriarse en el agua…
A mí me hacía los zapatos – bueno, eran unas botas
de piel de becerro y suela de camión que no se rompían nunca – el Maestro. Se llamaba Pepe Blanco. Para nosotros, ‘el
Maestro’. Vivía en la Callejuela. Con él trabajaban, en mesas individuales, su
hijo Rafael; Felipe que era el padre de Paco pero todos lo conocían por
Currichi, Diego Laínez… Era gente buena;
muy buena.
Los hombres iban a ‘arreglarse’ a las barberías. (A
los niños nos pelaban) La maquinilla, a veces, se atrancaba; ¡daba unos
tirones…! A algunas barberías se les conocía por el apodo de los maestros:
Paquirri; Salmorejo; Remolinos. Otras
tenían el nombre del dueño: Joaquinito; Andresito (que era un hombre mayor pero
seguían llamándole ‘Andresito’); Pedro; Cristóbal Lobato; o por el apellido:
Zafra…
Los niños íbamos a las carpinterías por serrín cuando
se acercaba la Navidad. La anilina hacía milagros. Las virutas de madera eran
praderas verdes donde pastaban ovejas y araban los gañanes y por donde cruzaba
un río de papel del plata que envolvía el chocolate de Pablito; de Guidú; de
Lería; de Torreblanca; de Juanico, el de Bonela; o en casa de Paca, ‘la de las
Caballerías’…
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