El templo, magnífico; soberbio; sobrio. Sustituyó a
otro de igual nombre, la Encarnación; hoy, por cierto, su festividad. Eran
tiempos de desencuentros – como ahora –, lo levantaron sobre el solar de la
mezquita mayor de los vencidos. Allí
permaneció durante mucho tiempo. Luego se quedó pequeño. El pueblo se hacía,
poco a poco, más grande; se chorreaba por la ladera.
Decidieron que edificarían uno nuevo. Al pie de la
ladera del castillo. Primero una plaza; luego, el templo. Por la calle
principal subían al castillo – por la
del Postigo del adarve, también -. Allí establecieron los servicios comunes: el
concejo, la cárcel – hasta la palabra es
feo – el pósito…
El templo, de piedra. Se acerca más a la arenisca
que al granito duro, indómito y recio con el que levantaron otros templos en
otros lugares. No tiene canecillos ni lobos y hombrecillos de fauces horrendas,
ni górgolas por las que caen caños de agua las noches de lluvia.
El templo se abre a tres calles. La fachada principal,
al mediodía, o sea mira cara a cara a la belleza blanca del Albaicín nuestro.
Lo llamamos el Barranco. En una de las esquinas de la fachada principal se
levanta la torre del campanario. Cinco cuerpos; el último, chato. Rematado con
prisas y, al parecer, con falta de dinero.
Las otras dos puertas lateras abren a dos calles. A
la de Atrás, que cambió un montón de veces de nombre, para seguir con el mismo
de siempre. El pueblo, sabio dice que con sus cosas no se juega. Le puso ese
nombre; es el que perdura. Los demás para el recuerdo y los papeles viejos.
La puerta de la calle Bermejo era el acceso al
panteón. La muerte siempre estuvo cercana a los templos. Fue camposanto hasta
que Carlos III dijo que la salubridad se imponía y que había que enterrar a los
muertos fuera de las ciudades…
En el testero de la fachada principal se abre un
balcón civil. Un obispo quiso perpetuarse; dejó su escudo en la piedra. Pocos
templos tienen balcones para que los clérigos gozasen de un lugar tan privilegiado;
éste, sí. En la torre huellas de tiros de cuando las cosas se resolvían a las
bravas…¡Otros tiempos!
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