En mi
pueblo había uno de mala baba. Tenía las ideas de un cable caído. A las
desconexiones de empalmes interiores,
que dicen que tiene esa gente, unía una hartá
de poca vergüenza. El cóctel era algo así como una mezcla de bicarbonato sódico, medio limón
y un vaso casi lleno de agua: efervescencia que
rebosaba.
Un día
se empeñó en matar al cuñado; rondaba a
su hermana. La madre no dudaba de su
capacidad. Avanza la noche; regresa a la
casa el otro hijo. Venía, también, de su
ronda; le pide que lo acompañe – vivían
en el campo – hasta el pueblo. Naturalmente andando…
Por el
camino el aire movía las ramas de los olivos… La espantada de Rafael ‘el
Gallo’, juego de niños comparada con las que él daba. Casi llegan al pueblo; aparecen las luces tibias de las bombillas
enclencles de entonces. Se envalentona; le dice al acompañante, “si tu hermano
hubiese venido a matarme, quien lo mata soy yo”. La respuesta, lacónica: “Y, eso ¿por qué no me lo dijiste
en la casa…?”
Los
telediarios están para no verse. Hay quien escupe al cielo y le echa la culpa a
la gravitación universal: todo lo que sube baja; los periódicos, según de qué
sitio, para no abrirlos. Todos, los que no son de allí, malos; los de los otros
sitios llenan de malos al barrio de enfrente…
Hay
problemas serios. (De lo de Londres, Bruselas y Alsasua no hablamos). Miserias
de salarios. Gente sola. Juventud sin
horizontes. Dos salidas, o entrar por el aro, o emigración... ¿Sanidad, paro,
terrorismo, falta de futuro…?
Ahora
tiene turno de picota la televisión pública. ¿Delito? Los domingos por la mañana retransmiten una misa. Un líder político tiene el remedio.
Que los interesados vean la misa por
las televisiones privadas… Tío, si tenías
la solución a ese gran problema que atosiga a España tan a mano, ¿por qué no lo
has dicho antes?
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