Una amiga a la que conocí por ‘culpa’ de Encinasola,
un pueblo al que yo quiero mucho – al pueblo y
a su gente -, el otro día ponía un enlace de una televisión regional. Mi
amiga se llama Begoña; el programa, Me vuelvo al pueblo; el pueblo, el suyo, Ampudia, en la llanura
palentina.
Nunca he estado en Ampudia. Me tengo que escapar un
día. Debe ser un pueblo precioso. Es más; estoy seguro: es un pueblo precioso.
Ampudia es un pueblo de sol y de historia; de buen pan y de gente recia de
Castilla.
El programa, como muchos otros, se iba por las
ramas. Entrevistó a muchas personas pero no descubrió ese gusanillo que nos mueve
a los viajeros para ir a los sitios perdidos. Por allí la gente no se detiene; no
tiene tiempo para pararse.
Ampudia entra ya en mi calendario. Ampudia está en
la Tierra de Campos. Me documento. Me
entero que tuvo tres conventos: templarios, agustinos y monjas claras un obispo
y un castillo con el duque de Lerma por medio.
Ahí debió haber dinero – eso no lo dice la
documentación, lo pienso yo – porque los curas, los frailes y las monjas acuden
al dinero como las moscas a la miel. Tierra de cereales y ya se sabe, el pan
nuestro de cada día, quien lo tiene posee un magnífico tesoro aunque él no lo
vea así.
Las calles porticadas, algo excepcional para
resguardarse del fuego del sol del verano, “llaga
la luz, los petos y espaldares”; cantan las alondras con el alba en los
rastrojos; de mediodía arriba, todo es silencio. No salen a la calle ni las
sombras…
Pero y ¿el frío? el frío de Castilla en invierno con
páramos helados, con el viento que corta la cara; con el helor que se mete en
los huesos… ¿mitigan los soportales de Ampudia el frío de la Tierra de Campos?
Pues, a pesar de ello, en cuanto pueda, amiga Begoña, me escapo a tu pueblo….
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