Cerrillo de Poco Pan; fantasmas, en las noches de
invierno. Erillas. Música con compás de otro tiempo. Niñas que jugaban a la
rueda en las tardes de mayo; los niños, a lo nuestro. Lod mayores, en las
noches de verano, tomaban el fresco sentados a la puerta. Mi calle no es una
calle cualquiera.
Dos alcaldes; un cantaor, de los grandes; vecinos
singulares. Una fonda, de las de antes; un molino harinero y la campana de la
Veracruz tocando “a goni” se hacía
añicos en la pena del eco.
Mi calle es
amplia, larga, blanca y con el cielo azul. En mi calle entra dos veces el sol,
cuando sale por las mañanas, y cuando se va por la tarde camino de América,
escondido detrás del Monte Redondo.
Cristóbal Pérez, alcalde durante diez años, terminó
el mercado de abastos y dotó de agua potable a las casas del pueblo; Antonio
López, el más votado de la Democracia.
Con Izquierda Unida, obtuvo 3.860
votos, nueve ediles; mayoría absoluta. Su
gobierno, el más breve. Dimitió con carácter irrevocable.
Diego Beigveder, Diego, “el Perote” cantó, “ad libitum” la malagueña de don Antonio
Chacón y de la Trini. “Que yo sigo con mi pena. / Dile a esa mujer
que ría /que yo sigo con mi pena / yo a esa mujer no la olivo / porque pa mí
fue mu güena / el tiempo que ha estao conmigo”.
Alonso Sánchez, “el maestro Paquirri”, finísimo, brilló
en carnavales; sacó punta a todo; Rafael
Vila, “Rafael, el de los helados” trapicheaba y con la calor pregonaba: “Al rico helado / que rico es, / que lo hace Margarita y lo vende
Rafael”.
Adelina era una mujer traspillada por el dolor. La
vida fue dura, muy dura, durísima con ella. Pasaba siempre enlutada. Daba un
peón – que hacía por cuatro o cinco – de blanqueo cuando los había y, ¿cuándo
no? ¡Ay, cuando no!
En la fonda de “Pascualito” pernoctaban los
viajantes de comercio; en la albardonería, vestían ‘prêt à aporter” a las
bestias; Juanito, “Juanito, el de Molino,
echado en la baranda veía pasar a la gente y al tiempo.
Barbarita vendía leche, y en la Vera Cruz vivía
Pillo Lobato. Mi calle, la calle Erillas, no es una calle cualquiera, arranca
frente a La Balita, - junto a los
cartelillos del cine – y se vuelve en la calle del Viento.
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