domingo, 29 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Berceo

El viajero bordea el Najerilla. El viajero sube por una carretera que va por campo de viñas, de brotes tiernos y sensuales, de tallos nuevos y cepas limpias en una tierra arada y alineada. El viajero se las anda por la Rioja Alta.

Sabe del curso de río por una alineación de choperas frondosa, tupidas, ahítas de verde. La brisa de la mañana tintinea las hojas y ondula el campo de cereales. Los trigos están preciosos. Crecen amapolas, florecillas amarillas y blancas en los bordes de la carretera y de los senderos.

A un lado deja Nájera y la colegiata de Santa María la Real y todo el sabor a reyes de otro tiempo con nombres rimbombantes y sonoros: Toda, Sancho el Mayor, Sancho el de Peñalén o Sancho Garcés; al otro, Tricio con raíces de cuando la gente brava le presentó cara a Roma.

Cruza el Najerilla y luego el Cárdenas  y luego Bardarán y llega a Berceo que tiene las balcones llenos de geranios rojos. Bonitos de verdad. Una eclosión de color en medio de un campo verde y paredes pardas a tiro de piedra de San Millán de la Cogolla.

Berceo fue el pueblo que le dio cuna a Gonzalo, - Gonzalo de Berceo -, hombre de iglesia y uno de los primeros poetas de la lengua castellana. Le pillaron por la mano los autores de moaxajas árabes y hebreas y el poeta del Cantar de Mío Cid

El campo está como lo vio y lo contó, hace ochocientos años,  en los Milagros de Nuestra Señora: “yendo de romería / caí en un prado, / verde e bien sencido, de flores bien poblado, / loga cobdiciaduero / para omne cansado”.

Amparado en la ladera de la Sierra, el monasterio de Suso; luego, con el tiempo, un poco más abajo, Yuso.  Allí, un fraile anotó en las márgenes de un códice aclaraciones al texto pero con la manera que tenían de hablar la gente de aquel tiempo. Se perdía el latín; nacía la hermosura de la lengua castellana. Hay, también dos anotaciones en vasco.


Sobresalen las torres del Monasterio. La arenisca de la piedra se descompone. No soporta el peso del tiempo. Dentro, las Glosas Emilianenses – una copia – el original está en la Academia de la Historia, muestra a quien quiera verlo el esplendor del pasado.

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