A mi amigo José Miguel
Homero Macauley era un chico increíble. Todos los
chicos lo son. Cuando los chicos dejan de ser niños y se hacen hombrecitos
tienen un ‘sello’ especial. Homero Macauley trabajaba de mensajero en la vieja
oficina de telégrafos de una ciudad pequeña, Ithaca, California.
William Saroyan fue su creador. En la Comedia Humana nos contó que aquel niño
llevaba telegramas que anunciaban cosas malas. Los telegramas venían de lugares
de guerra y, ¡ya se sabe!
Otros chicos como Homero repartían cartas. Venían,
también, de lugares lejanos. La carta, o sea la misiva, venía dentro de un
sobre. El sobre estaba cerrado. Los sobres eran de color blanco, sepias,
amarillentos, azules con más o menos intensidad… Había, también, sobres de
luto.
La gente escribía cartas. El precio de llevarla a su
destino se pagaba con el sello. “Es que esta carta va por avión para mi hijo
que está en Alemania” y entonces, el oficial de correos, ponía un sello especial
con una sobretasa.
Los sobres
que viajaban por avión tenían un tamaño especial; los filos de colorines,
abanderados en azul y rojo. Era algo así como las bandas que colocaban en los
dinteles de los muros de las antiguas barberías para distinguirlas de otros
establecimientos.
En los tiempos en que yo empecé a escribir las
primeras cartas el sello representaba a un señor bajito, rechonchete y
omnipresente. Estaba vestido de militar.
El cuadro con su figura, igual que el de los sellos, colgaba en muchas paredes
de muchos sitios.
Coleccionábamos sellos de China, Dinamarca, Ecuador…Entre
los muchachos había uno que nos gustaba mucho. Era el sello de una señora con
una nariz muy larga, la boca grande y con una corona en la cabeza. Es un sello
de la reina de Inglaterra – nosotros no
sabíamos ni de la reina ni del sitio en que reinaba – y ese sello se pagaba en
libras… ¡Ah!
Después Raphael, el de ‘Hablemos del amor’ y el de
‘Yo soy aquel’ y el del ‘Pequeño tamborilero’… nos cantó que, a veces, llegan
cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, con espinas, que rompen el alma,
que el amor se muere… A mí me llegó una, pero no recuerdo de qué color era
aquel sello.
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