Luisa Ignacia Roldán Villavicencio – ‘la Roldana’-
fue la quinta hija del escultor e imaginero Pedro Roldán. La sombra larga y prolífica
de su padre le persiguió siempre. A veces, se la conoció por ser la hija de
Pedro Roldán. Tuvo méritos en su obra para brillar con luz propia.
Con sus hermanos trabajó en el taller que su padre
tenía en Sevilla. Se casó con Luis Antonio Navarro de los Arcos. La boda no
contó con la aprobación paterna. Originó un lío monumental acusándose, incluso,
al novio de rapto. Posteriormente se hacen las paces.
El matrimonio vivió con muchas estrecheces. Primero
en Sevilla; luego, Cádiz. Terminan en Madrid donde Luisa consigue que Carlos II,
“el Hechizado” la nombre escultora de
Cámara del rey. Solo es un honor. O no le paga o lo hace tarde; todo, poco y
mal. A veces clama porque pasan hambre y
carecen de lo preciso. Tienen cinco hijos; sobreviven, dos.
Con Felipe V vuelve, otra vez, el nombramiento; la situación económica tiene poca mejoría. Su
marido, para vivir, pide el nombramiento “de ayuda de furriela” Le deniegan el
puesto. Razón: no hay vacante. (Ni voluntad ni dinero).
Las obras de La Roldana se distribuyen por toda
España. Sus ‘belenes’ en terracota, una preciosidad; su imaginería sigue la
línea del barroco y son hitos de
incisión en la religiosidad popular de la España pobre y corrupta del final de
los Austrias.
Los expertos coinciden; la consideran autora de las
imágenes de la Esperanza Macarena, la
Virgen de la Estrella, la Virgen de la Regla, la Virgen de la Peregrina…
Sevilla tiene la gloria de haberla visto nacer – se
bautizó en la parroquia de Santa Marina – y la de poseer, entre otras, varias
obras emblemáticas suyas: la talla de
esa Virgen morena y guapa y, la
de la primera cofradía que pisa las calles de Triana cada Semana Santa.
En la parroquia de San Andrés de Madrid se firma su
defunción. Corren los primeros días del mes de enero de 1706. Unos días antes
hay una declaración de “extrema pobreza”. Tristísimo fin para una mujer tan
grande. Tampoco es una novedad.
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