No es tiempo de nueces. Su momento, otoño. Ahora, los
nogales se visten de hojas verdes. Lo dice el calendario. Se ponen frondosos y
maduran los frutos para cuando llegue esas tardes de sol dorado y atardeceres de
melancolía.
Es tiempo de ruidos. Eso sí, mucho ruido y pocas
nueces. En Madrid – donde tengo servicios mínimos dentro de unos días – se
agarran tormentas por San Isidro y en mayo
truena de una manera… Mete la pata. Desluce la tarde de toros y moja las
casetas que ofrecen libros en El Retiro.
Voy por otros ruidos. Atronan. Si ven un teldiario...
Prometen; muchas nueces. Demasiadas. Es imposible su cumplimiento. Ha llegado
el momento de la incredulidad. No me fío de la mitad de la cuadrilla dicen que
dijo aquel. La cuadrilla la componían un padre y un hijo…
Cómo la parte que ‘no’ que no entendía y no llegamos
a enterarnos si era la primera o la segunda, porque la ‘otra’ parte perdió el
habla. Tampoco sabemos dónde está el corte en la cuadrilla para saber cuál es
la mitad que no es fiar.
Cervantes, que lleva cuatrocientos años criando
malvas, año arriba o año abajo, conocía bastante bien al personal. Escribió
algo sublime. Aventuras de un loco que quería arreglar el mundo. Se llamaba
Alonso. Era hidalgo destronado y pobre. Vivió en un lugar de esa tierra amplia y
de cielos inmensos que se llama, La Mancha.
Ese libro del
que todo el mundo habla pero que casi nadie ha leído es un dechado de sabiduría
para ordenar el comportamiento. Por curiosidad ¿en qué casa no hay más de un
ejemplar del Quijote?
En la segunda parte – en la primera, también, - vino
a decir algo esencial. Anunció que la libertad es el don más preciado que
tienen los hombres. Hagamos uso de ella. Dentro de unos días se llenan las televisiones
de predicadores. No hagamos caso al ruido; pensemos en las nueces.
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