miércoles, 4 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nueces

No es tiempo de nueces. Su momento, otoño. Ahora, los nogales se visten de hojas verdes. Lo dice el calendario. Se ponen frondosos y maduran los frutos para cuando llegue esas tardes de sol dorado y atardeceres de melancolía.

Es tiempo de ruidos. Eso sí, mucho ruido y pocas nueces. En Madrid – donde tengo servicios mínimos dentro de unos días – se agarran tormentas por San Isidro y en mayo  truena de una manera… Mete la pata. Desluce la tarde de toros y moja las casetas que ofrecen libros en El Retiro.

Voy por otros ruidos. Atronan. Si ven un teldiario... Prometen; muchas nueces. Demasiadas. Es imposible su cumplimiento. Ha llegado el momento de la incredulidad. No me fío de la mitad de la cuadrilla dicen que dijo aquel. La cuadrilla la componían un padre y un hijo…

Cómo la parte que ‘no’ que no entendía y no llegamos a enterarnos si era la primera o la segunda, porque la ‘otra’ parte perdió el habla. Tampoco sabemos dónde está el corte en la cuadrilla para saber cuál es la mitad que no es fiar.

Cervantes, que lleva cuatrocientos años criando malvas, año arriba o año abajo, conocía bastante bien al personal. Escribió algo sublime. Aventuras de un loco que quería arreglar el mundo. Se llamaba Alonso. Era hidalgo destronado y pobre. Vivió en un lugar de esa tierra amplia y de cielos inmensos que se llama, La Mancha.

 Ese libro del que todo el mundo habla pero que casi nadie ha leído es un dechado de sabiduría para ordenar el comportamiento. Por curiosidad ¿en qué casa no hay más de un ejemplar del Quijote?


En la segunda parte – en la primera, también, - vino a decir algo esencial. Anunció que la libertad es el don más preciado que tienen los hombres. Hagamos uso de ella. Dentro de unos días se llenan las televisiones de predicadores. No hagamos caso al ruido; pensemos en las nueces.

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