“Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre
tranquila”. La mujer que pronunció esta frase nació en Vélez-Málaga a
principios del siglo XX. En su tierra – y fuera, también - hay gente a la que ese nombre le suena a
estación de tren…
Sus padres fueron maestros. En la Axarquía vivió
hasta los cuatro años. De salud delicada, enfermiza. Siempre se temió por su
vida, y hasta hubo un momento en que la dieron por muerta después de varias
horas inconsciente.
Vivió en Segovia donde su padre fue catedrático en
la Normal; luego, en Madrid. Después, en medio mundo. Accede – junto con otra
chica – a Instituto. Da señales desde muy pronto de poseer una inteligencia
superior.
Amores fallidos
- la familia no lo acepta – con su primo al que mandan de profesor de
español… a Japón. ¡Eso sí que es poner tierra de por medio! Vuelve a Madrid. Se
matricula en Filosofía tiene de profesores a Xavier Zuribiri, Julian Besterio,
García Morente, Manuel Bartolomé de Cossío…
Entra en el círculo de la Revista de Occidente.
Amiga de Ortega y Gasset. Media entre él y Antonio Maravall y otros escritores
jóvenes. Contacta con los intelectuales y con los círculos políticos de su
tiempo: Machado, Miguel Hernández, Valle-Inclán,
Cernuda, Bergamín, Primo de Rivera, Barbudo…, y el que sería su marido Alonso
Rodríguez.
De Chile, donde su marido estaba destinado, vuelven
en plena guerra. “¿Por qué vuelven – le preguntan – si la guerra está perdida?”.
“Por eso”, contestó. Después el exilio: La Habana, Mexico, Nueva York, Puerto
Rico. Su vida es un peregrinar continuo. Penalidades de todo tipo; carencias,
todas.
A partir de 1980 en España entra la prisa por
agasajarla y reconocer sus méritos. Vienen los reconocimientos como las uvas en
los racimos de su tierra: unos junto a otros: Hija adoptiva y Predilecta;
Príncipe de Asturias; Doctora Honoris Causa, el Cervantes…
La poesía para María Zambrano es pregunta; la filosofía,
respuesta. El hombre y la realidad; dioses y mitos; la nada y el origen. La obra de María Zambrano tan
desconocida como lo fue ella durante mucho tiempo.
Instalada en Madrid, apenas ya sale. Ni la salud ni
los años lo permiten. Muere, 1991, en un piso de la calle Antonio Maura entre
El Retiro y la Plaza de la Lealtad. Era febrero. En ese mes, en Madrid, hace
frío por fuera y, a veces, también, por dentro.
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