Juan Ramón Jiménez, un cateto de Moguer, vio la luz
en una casa blanca de la calle de La
Ribera; desde el mirador veía el mar. Pasó la adolescencia con los jesuitas del Puerto;
luego, la madurez en Madrid y el exilio y…
Se enamoró de muchas mujeres; se casó con Zenobia.
Recordó a los pájaros cantando al caer la tarde. En 1956 obtuvo el Nobel de
Literatura. Se entretuvo y nos regaló: “Platero y yo”.
Otro cateto de pueblo nació frente a las salinas de
la Bahía. También pasó por los jesuitas, en su pueblo, y luego por Madrid y por
Roma. Y vivió una guerra y un exilio y… dibujaba. ¡Dios cómo dibujaba!
Nos dijo que la paloma se empeñaba en equivocarse y
que pensaba que el trigo era el mar y la calor la nevada, y tu corazón su casa.
Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María.
Un cateto de Antequera nos descubrió las cosas, las
muchas cosas del campo. Nos abrió los ojos delante de la encina en flor; y del
barbecho y de los olivos en tramas, y supimos del vaho de la cuadra cuando abre
el día y del gañán que se acerca a la
yunta. Se llamó José Antonio Muñoz
Rojas…
Los fusiles del odio lo segaron al amanecer. En el
barranco de Viznar sonaron los tiros; se
escucharon en Fuente Vaqueros, su pueblo de la Vega, y en la Huerta de San
Vicente y en la carreta muda de la Barraca que ya no andaría más por los
caminos de España.
Nos contó cosas de la luna que bajaba a la fragua; y
del río y las infidelidades; y, de un nieto de Camborios, de nombre Antonio que
se fue a Sevilla, con una vara de mimbre a ver los toros; y que Nueva York era
un huracán… Se llamaba Federico, Federico García Lorca. También, cateto de
pueblo.
Otro cateto de Aználcazar, abre las puertas a la
poesía y al campo. Ve “cuando pasa el vuelo rápido del
abejaruco, que vuela como si hubiera dormido sobre un arco iris recién
pintado”.
Y “a Dios tocando el arpa de la lluvia”, y nos cuenta que los charcos
son abiertas alcancías de agua, y que “el olor a manchón de río tienen mucho de
olor a yerba fresca” Se llama Antonio García Barbeito.
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