Las ciudades compiten (¿?) entre sí. Quieren atraer a
posibles visitantes. Nos ofrecen de casi todo. Espectáculos, monumentos,
gastronomía, deportes de riegos extremos, naturaleza... Afinan; publicitan cosas sofisticadas; algunas, pintorescas.
“Para los barcos de vela, escribió Federico, Sevilla tiene
un camino…” En Nerva, dicen, que al río Tinto se han venido a vivir
por mucho tiempo los paisajes lunares. En Alicante, que es allí donde el sol
pasa el invierno y en Valencia que es la tierra de las flores y el amor…
Hay quien riza el rizo. He recibido una publicidad elaborada
con mucha profesionalidad porque cuando la gente dice de hacer las cosas bien,
saben hacerlas. Me invitan a visitar los cementerios más sobresalientes de
Europa: Génova, el cementerio judío de Praga, Montparnasse y Montmartre en
París…
Marcan como reclamos, la belleza y la monumentalidad de los
mármoles de Staglieno en Italia; las visitas a las tumbas de Samuel Beckett,
Sartre y Simone de Beauvoir, Cortázar, Porfirio Díaz o César Vallejo en
Montparnasse; las de Degas, Dumas, Gautier o Stehendal en Montmartre. Todo muy
macabro. Tétrico.
Hay una peregrinación estos días camino de los Camposantos.
Disparados los precios de crisantemos, rosas y claveles. Velas encendidas,
limpieza de lápidas, del dorado de las letras y de todo lo que circula en la
cultura del culto a la muerte. Dentro de nada volverán a tener todo su vigor
los versos de Bécquer: “Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos”.
Prefiero otro recuerdo de Montmartre. Jean Louis Trintignant
y Anouk Aimée. “Un homme et une femme”,
Claude Lelouch… La película bellísima, 1966. Entre un hombre y una mujer nacía
el amor… Es decir, la vida; ¿la muerte? pues, eso, cuando sea la hora…