sábado, 31 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vida

Las ciudades compiten (¿?) entre sí. Quieren atraer a posibles visitantes. Nos ofrecen de casi todo. Espectáculos, monumentos, gastronomía, deportes de riegos extremos,  naturaleza... Afinan; publicitan cosas sofisticadas;  algunas, pintorescas.

“Para los barcos de vela, escribió Federico, Sevilla tiene un camino…” En  Nerva,  dicen, que al río Tinto se han venido a vivir por mucho tiempo los paisajes lunares. En Alicante, que es allí donde el sol pasa el invierno y en Valencia que es la tierra de las flores y el amor…

Hay quien riza el rizo. He recibido una publicidad elaborada con mucha profesionalidad porque cuando la gente dice de hacer las cosas bien, saben hacerlas. Me invitan a visitar los cementerios más sobresalientes de Europa: Génova, el cementerio judío de Praga, Montparnasse y Montmartre en París…

Marcan como reclamos, la belleza y la monumentalidad de los mármoles de Staglieno en Italia; las visitas a las tumbas de Samuel Beckett, Sartre y Simone de Beauvoir, Cortázar, Porfirio Díaz o César Vallejo en Montparnasse; las de Degas, Dumas, Gautier o Stehendal en Montmartre. Todo muy macabro. Tétrico.

Hay una peregrinación estos días camino de los Camposantos. Disparados los precios de crisantemos, rosas y claveles. Velas encendidas, limpieza de lápidas, del dorado de las letras y de todo lo que circula en la cultura del culto a la muerte. Dentro de nada volverán a tener todo su vigor los versos de Bécquer: “Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos”.


Prefiero otro recuerdo de Montmartre. Jean Louis Trintignant y Anouk Aimée. “Un homme et une femme”, Claude Lelouch… La película bellísima, 1966. Entre un hombre y una mujer nacía el amor… Es decir, la vida; ¿la muerte? pues, eso, cuando sea la hora…

viernes, 30 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Modernidad

El tren  AVE 2143 enlaza las estaciones de Málaga-María Zambrano con  Madrid- Puerta de Atocha. Sale a su hora, o sea, a las 14,05.   Circuló por su vía de ancho especial. A ratos va paralelo a otras vías. Por las otras vías iban otros trenes.

Tomó velocidad. El cielo estaba entoldado. Nubes negras. Amenazan agua. Antes de llegar a Cártama se desvía a la derecha. Entramos en una sucesión de túneles. Se alternan  oscuridad y luz. Pasa una azafata. Ofrece periódicos a los viajeros. Cojo uno…

El campo, desde el tren, corre en sentido contrario; algunas casas en la lejanía. Entra y sale en los túneles.  Hurgamos en las entrañas de la cordillera. El periódico me ha tintado las yemas de los dedos. La prensa de papel tiene el inconveniente de manchar las manos de los lectores.

El tren – llegó a Madrid, siete minutos antes de lo previsto. Unos minutos de parada para entrar en hora – recoge viajeros en Antequera- Santa Ana, Puente Genil, Córdoba, Puertollano, Ciudad Real, Alamillo. No, no; Alamillo, no. El tren no pasa ni por Alamillo de Arriba ni por Alamillo de Abajo.

Despeñaperros ofrece un paisaje de dehesa y monte. El tren supera los 110 kilómetro/hora; en Conquista 150; por Sierra Madrona 270. Cruza el Valle de Alcudia a 290. Verdea la tardía otoñada; junto a una charca hay un sínodo de cigüeñas…

Campo de Calatrava; aeropuerto abandonado. Anuncian trasbordo a los viajeros - del tren - con destino a Alcázar de San Juan, Albacete y Alicante. Ciudad Real ha cambiado mucho. Esperan las cepas la poda oportuna. Quedan en pie el estadio de atletismo donde jugaba el Manchego; la torre de la catedral…

El viajero recuerda aquel curso de verano en El Doncel. Massiel arrasaba, entonces, con su ‘Aleluya’ que le había escrito Aute. Adaptábamos la letra: “unos patos en la noche /  unos trenes que se escuchan / el ruido de algunos coches / el agua no cae agua en las duchas…,/ ¡aleluya…!”


Las noches eran calurosas; sacábamos brillo a los  bancos del parque. El tinto estaba barato, muy barato; menos dinero teníamos nosotros. El viajero recuerda otros viajes en otros tiempos y en otros trenes. El tren sigue, ahora, su marcha por el Campo de Montiel…

jueves, 29 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sinfonía de otoño

La calle estaba regada por un ‘chirimiri’ de hojas que bajaban de las copas de los árboles al suelo; cuentas de un rosario que rezan ángeles sin alas. Se las quitaron ellos y se las pusieron a las hojas para que en su caída se meciesen, con contoneo, con gracia, con embrujo y misterio. Cada una, a su ritmo y a su tiempo.

Acacias, plátanos orientales, álamos, chopos, alces, prunos, perales silvestres, castaños… Todos han iniciado el camino – es su particular peregrinación para pasar el invierno – y se despojan de sus ropas. Ya saben. Quieren ir con equipaje ligero.

Madrid, como todas las grandes ciudades, tiene muchos inconvenientes. Distancias enormes, ruidos ensordecedores, velocidades porque todo el mundo lleva prisa, mucha prisa. Todos llevan bulla; no se hablan entre sí. No tienen tiempo.

Madrid es una ciudad arbolada. Ahí, amigos; ahí, precisamente, se para el sol. Madrid – algunas calles de Madrid – están de ensueño. Solo hay que echarse a andar por la Castellana, Padilla, Velázquez, El Retiro, la Quinta de los Molinos…Madrid. Ya se sabe el tópico del tesoro y las obras, lo del cielo de Agustín Lara…

Un amigo me pide una gestión. Ortega y Gasset 86. Se la hago. Es media mañana, bajo Alcalá – preciosos los ‘pensamientos’ que colocan los jardineros, en el parterre de la Puerta -; Cibeles, El Prado.

Me encierro, voluntariamente, en el Botánico. Me adentro; me siento en uno de los bancos y dejo que se detenga el tiempo. No lo consigo. Lo quiero; no puedo.  Es un imposible. No puedo parar el tiempo.

Bajan las hojas, a su aire. Traen versos de Juan Ramón, de Padilla, de Machado – de  los dos –,  de Bécquer, de San Juan de Cruz, de Montesinos. Traen hojas de Manuel Alcántara y de Barbeito. Son pensamientos de Tagore. Hay una sinfonía de colores.


Por las ramas más altas de los árboles se columbran las nubes. Nubes blancas, algodonosas, juegan al escondite con los vientos…”Adiós Madrid; adiós tu Prado y fuentes que manan néctar, llueven ambrosía…” Lo escribió Cervantes, 1614, “Viaje al Parnaso”.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las riberas del Esla

 Una foto del Maestro Barbeito colgada esta mañana en su muro le evoca al viajero su paso por aquellas cumbres cuando el verano estaba en su esplendor. Y, como el viaje tiene tres partes, a saber, soñarlo, realizarlo y, luego contarlo…

El viajero recuerda que subió a Riaño, desde Cangas de Onís, por el puerto del Pontón. Escaló, a contramano, el Sella por el desfiladero de los Bellos. El río, allí, es un hilo de agua clara. Baja de las cumbres. Busca el Cantábrico; por la otra vertiente, el Esla: se va al  Duero y, luego, el Atlántico.

El viajero sabe que ahora, aquella tierra, porque así lo dice el tiempo,  ya ha dejado el pelaje de verano y se ha vestido de otoño. La roca gris y pelada en las cumbres no estará vestida con los tonos de verdes de  sabinas, hayas,  robles, piornos y matorrales. En el valle conforme bajaba el Esla, el viajero estuvo acompañado de fresnos, alisos y choperas.

Son tierras de rebecos y corsos, de perros mastines, de lobos aullando en las noches de nevadas,  de gente de temple que lucha contra el aislamiento de siglos, de inviernos largos y pan mínimo. “El pan y el vino, aquí – le dijeron – viene de Castilla”.

Entre Aleje y Cistierna el verdor contrastaba con la caliza de la roca y con los conos de carbón amontonados como pequeñas colinas artificiales. De vez en cuando, a media mañana, una chimenea elevaba al cielo una columna de humo. Debajo – pensó el viajero – hay un fogón;  hay vida.

De Cistierna el viajero recuerda una calle larga, larga, paralela al río – el Esla – de aguas saltarinas, un paso a nivel del ferrocarril hullero que, casi con un siglo de existencia, ve que se le marcha la vida en una agonía penosa y lenta,  y gente en la calle y la llanura del páramo que se abre plano y desolado.

Los pueblos, a grandes trechos, aparecen en la llanura orillando o escindidos por la carretera. Pueblos de adobe, de torres solitarias y cipreses que bordean las tapias de los cementerios. Medio abandonados: Corribes, Vidanes, Villapadierna, Palacios, Quintanilla, Vega de Monasterio, Cubillas de Rueda…


El románico se desmorona por Santa María de Gradefes. San Miguel de la Escalada, joya milenaria, sigue en pie con un horizonte lejano de cielos interminables y choperas apretadas  en la orilla del río camino de Mansilla de las Mulas…

martes, 27 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El lío.

Y, por si faltaba algo en el patio viene ahora la Organización Mundial de la Salud y nos mete las cabras en el corral. Ni bocatas, ni chuletones de Ávila, ni corderitos de norit, ni salchichas, ni chorizos de Cantimpalo, ni barbacoas, ni jamón de…

El escándalo, servido. Unas veces porque detectan un problema, que puede ser verdad, que existe. Otras, por enriquecimiento: intereses comerciales. La alarma, en el plato. 

Durará poco. Mañana, habrá otro tema. Hace unos años el lío se formó en Alemania por no sé qué tratamientos a los pepinos de Almería. Algo parecido, con naranjas de Israel o por lo ciclamatos en la bebida que ‘endulza’ la vida.

No hace mucho lo primero que quitaba el médico en el diagnóstico tras la visita  era el pescado azul, o sea ni sardinas, ni jureles, ni arenques, ni boquerones; luego, la emprendieron con el aceite de oliva. Era ¡malísimo¡ Después…

Mi amigo Juan Rivas (donde estés un abrazo grande, Juan) era un bebedor, a diario, de vino tinto. Pilló unas calenturas. Diagnóstico: fiebres de malta ocasionadas por la leche contaminada con brucelosis en las cabras. Él niega haber bebido leche, el médico que sí, y él que no. Discusión bizantina. Juan corta por el camino más corto.

-          Mire usted, como no sea que la cabra se mease en la cepa…

Las plañideras eran unas mujeres a sueldo. Lloraban en los duelos. Cuanto mayor berraqueo, más masa dineraria en sus bolsas y más realce social para la familia del muerto; a él, ya le repercutía poco. Esta mañana prensa escrita, radios y televisiones son un dechado de expertos.


Cuánta gente en España tan preparada, tan docta, tan conocedora y tan documentada de estas cosas. ¡Y yo, sin saberlo! Me pregunto, ingenuamente, y si lo conocían desde hace tanto tiempo ¿por qué puñetas no nos habían avisado ? ¡Plañideras que comen en las aguas de río revuelto!

lunes, 26 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sementeras

Con octubre llegaban las sementeras. Las lomas cambiaban el manto verde de  la yerba de la otoñada por un vestido pardo de tierra removida. Las lomas tenían cuadros a rayas; desde la lejanía eran cuadros de Benjamín Palencia.

El hombre sacaba la yunta temprano. Aparejaba los mulos. En uno de los cujones del serón colocaba los avíos de la comida, el cantarillo del agua, el zurriago…; en el otro un saco con la semilla.

El campo amanecía blanco con el rocío si durante la noche no había corrido el aire. Con los rayos de sol brillaba como puntadas de plata en un bordado al que no se le veía el bastidor. El vaho se levantaba en forma de humo blanco. Era el contraste de temperatura. Se abría paso la mañana.

Cuando el hombre llegaba a la haza ponía el hato debajo de un olivo, de un almendro o junto a algún majano. El hato era la referencia para el rengue, para el bocado a media mañana, para el almuerzo. Colgaba la talega de una rama;  junto al aparejo, el cantarillo del agua. El perrillo, acurrucado, hacía de guardián…

En la besana uncía la yunta. El ubio sobre los anterrollos; el ejero sujeto con la lavija. El hombre le ponía a los mulos unas jáquimas con anteojeras para que obligatoriamente mirasen siempre al frente…

Las manos del hombre eran ásperas, rudas. Con una mano asía la mancera; con la otra, c los cabestros de los mulos y el zurriago que tenía un látigo en uno de los extremos, en el otro  una cuña metálica para limpiar el barro del arado.

Hundía el arado en la tierra; tiraba la yunta, se abría el surco. Gemía el ventril prieto con las vilortas a la telera. Estaba grieteada la garganta; las orejas volcaban la tierra. De vez en cuando, el hombre levantaba el arado y limpiaba la hierra húmeda y caliente acumulada en la reja.


En la siembra de cereales, un muchacho por delante. Sacaba puñados de granos de una espuerta colgada en bandolera y  los esparcía, a voleo, con la mano medio abierta. Si eran habas, yeros, arvejones ‘pintaba’  por detrás. Los granos caían en el surco. Una banda de pajarillos cerraba el cortejo…

sábado, 24 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La tarde

He subido hasta Flores. La tarde  está entoldada. Dicen que mañana puede llover. Debería llover a cántaros. Hace falta. Lo pide el campo que se viste de verde con los primeros brotes de yerba nacida aprovechando el poco jugo que tiene la solería.

 En el llano de la romería, unos chiquillos corren detrás de un balón. Se escucha gente que habla. La tarde se alargaba. En el horizonte,  bajo las nubes,  las cumbres lejanas de las sierras de Camarolos, Loja y El Torcal. Por abajo, entre las huertas y el río, comienza a subir la penumbra.

 Ha pasado, con vuelo pausado, camino del mar una banda de garcillas bueyeras. Los entornos del convento esperan la noche con sosiego y calma. Uno, en estas horas inciertas, se debate entre la zozobra y la melancolía. Las tardes de otoño tienen un no sé qué especial. Se van poco a poco. Como se nos va la vida.

El gallinero hispano anda revuelto: gripe de elecciones venideras y pandemia política. Sigue la sinfonía de quejas catalanas. Los presuntos delitos son culpa… de los otros. Se dicen perseguidos y no sé cuántas cosas más. Hasta los que corren por la banda,  o sea los jueces de línea están confabulados contra ellos.

Hace más de noventa años don José Ortega escribió: “Pocas cosas tan significativas  del estado actual que oír que son pueblos (catalanes y vascos) oprimidos por el resto de España. La situación privilegiada que gozan es tan evidente que la queja resulta grotesca”. Se conoce que a Ortega ya  no se le lee; no está de moda.

La radio del coche informa que el huracán Patricia pierde fuerzas. Arrasa el estado de Jalisco en México y aún así los vientos soplan por encima de los doscientos setenta kilómetros por hora. Ahora, dicen, va a virar a tormenta tropical. Con esas ventoleras a lo mejor los papeles se vuelan por los aires…          


Por aquí la cosa no llega a tanto. Las hojas de los chopos han dicho que ya  han cumplido ciclo. Los almeces tienen la fruta  a pedir del canuto de caña como cuando éramos niños. Es otoño.  Es la estación que no debería terminar nunca; pero, por ser tan efímera, la valoro más. Se respira paz. Siento la melancolía de siempre.

viernes, 23 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rosas de otoño

 Se han vestido los rosales con una floración de otoño. Oigan, de ensueño, estas rosas tardías. Me acerco a la casa de mi amiga Carmen, que no es de Ronda pero vive en Virote. Tiene los rosales ahítos de flores: amarillas, rosas, fucsias, rojas. Tienen bendición de Dios y mano y cuido y mimo…

Marilina se ha dejado caer esta mañana colgando una rosa, una  rosa de color… ¿de qué color es la rosa que nos ha regalado Marilina?, ¿champán? – lo de cava lo dejamos para otras cosas -, ¿ámbar?, ¿asalmonada? No; no. Es del color de la amistad de quien siempre desea lo mejor para las personas a las que quiere…

Charo colgó hace unas noches una rosa roja de misterio y ensueño, roja de embrujo… roja, con un envés plateado de luna que riela en la noche. Charo, vive en la sierra. Debe ser que Charo tiene unas rosas diferentes a las rosas que tenemos por otros lugares.

“Todas las rosas blancas de la luna caían…” escribió Juan Ramón. La luna de octubre está en cuarto creciente. Cruza los cielos de nubes y brumas, se asoma a los olivares, “se bebe los charcos de los caminos” y ve cómo se van río abajo, entre choperas vestidas de oros de otoño, las aguas camino de la mar.

¿”Cómo vive la rosa que has prendido junto a tu corazón”? Bécquer se lo preguntaba en su sus rimas. Bécquer siempre se preguntaba cosas de muy difícil respuesta. Yo no sé si la obtuvo. A lo peor se quedó con la duda de no saberlo nunca.

Leonardo Fabio, aquel poeta argentino que cantaba versos,  tomó otro camino y pregonaba a en voz alta: “cuando llegue mi amor / le diré tantas cosas, / o quizá simplemente / le regale una rosa”. Si lo hizo, acertó…


Están los rosales vestidos de rosas de otoño. Están  los rosales gritos de belleza; el campo se ha echado por los hombros un mantoncillo de yerba nueva nacida con las últimas lluvias en las lomas, en cunetas, en los bordes de los caminos…

jueves, 22 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿La chica de la ventana?

Tu calle es una calle de ida y vuelta. Tu calle no es una calle cualquiera. Tu calle es una calle larga y blanca con casas de ventanas y fachadas donde reverbera la cal que muere a pie de acera. Tu calle es… embrujo y misterio, enigma y ensueño; asombro, quejío roto y preguntas sin respuestas.

“En Sevilla había un casa y en la casa una ventana…” decía Rafael de León un día de luz;  la cantó doña Concha  – la Piquer, sí que era grande – y hablada de río y de rosas y de luna y de verano, de tragedia y de…, pero no, eso no.

Alejandro Casona hablaba de otra casa: “La casa de los siete balcones” y recordaba aquella palabra que venía de América. La arrastraba el viento por las noches y resonaba en las esquinas: ombú, ombú… Tampoco es eso.

¿Estás tú detrás de la ventana? Tu casa – ¿de la Ronda de Carmen?, por cierto tú no te llamarás Carmen, ¿verdad? -  tiene cinco ventanas; mejor cuatro, y una balconada señorial con rejas de arte y filigranas en el hierro hechas por una alma sensible que las modeló en fragua a donde venía la luna ‘con su polisón de nardos’. Tú miras. Y lo ves todo… sin ser vista.

Y yo paso y te busco… Y como en la copla pregono en silencio que tengo un corazón que no se quiere enterar. ¿Qué se esconderá detrás de esas ventanas? ¿Te escondes tú…? Y, por encima se escapa un cielo de suspiros y deseos,  un cielo de estrellas palpitantes, lejanas.

Tú, de pelo negro y lacio, de ojos verdes - ¿‘verdes, como el trigo verde’? No;  verdes como las esmeraldas de la Macarena, como la esperanza de verte algún día – te intuyo pero no te veo – detrás de los visillos… Tú, de talle de espiga de trigo que bambolea el viento.


“A solas soy alguien”, escribió Gabriel Celaya. En esta calle, o sea, en tu calle hay dos soledades juntas. Una, detrás de la ventana; otra camina y pasa y vuelve y deja que se den la mano la anochecida y el alba.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La fragua

Paco era un hombre de mediana estatura; de poca conversación y muy trabajador. Moreno de tez, de boca y orejas grandes. Cuando la vista flaqueó usó unas gafas de pasta negra que con el sudor se le resbalaban por la nariz. Paco era un hombre de buen trato…

Paco Cortés tenía una fragua pasado el Tajo de la Quera conforme se bajaba a la estación en la última curva, frente a la panadería de Brenes y antes de llegar a la casa de la Parra. La fragua estaba a pie de monte del Calvario y casi donde arranca el camino de los pinos.

Desde la puerta de la fragua se abría una visión amplia. Al otro lado del arroyo de la Tenería el Pecho de las Torres y las Piedras Blancas; más allá, el Tajo de las Palomas; un poco más abajo, el  Coto Minero y el túnel  y la vía del tren y el río que se remansaba en ‘la playita’. En la otra orilla, la Isla…

La fragua era pequeña. Un espacio reducido donde Paco mostraba maestría y saber el oficio como nadie. En el fondo el infierno de la fragua que echaba fuego impulsado por el fuelle. Cuando Paco acercaba un hierro para moldearlo, lo cubría con la corbilla; con el espetón apartaba la escoria.

La fragua tenía las paredes llenas de estampas de santos, vírgenes, trozos de almanaques y hasta una foto del Papa. La pared de la fragua era un pulso constante entre el santoral y el hollín que había puesto una capa negra sobre la cal.

Paco trabajaba el hierro duro. Recalzaba rejas de arados, calzaba chapulinas, escardillos y azadas y hacía herraduras que arqueaba en el yunque – en la punta del yunque – asidas con unas tenazas grandes, enormes. Trébedes, sopladores de candelas…

Paco ponía el hierro dentro del fuego y cuando estaba al rojo vivo, sobre el yunque lo agujereaba para que, luego, en la herrería los clavos tuviesen su sitio. Los hierros incandescentes terminaban en un recipiente con agua para enfriarlos y, entonces subía un humo súbito a modo de vapor.


Cuando se modernizó la agricultura se ‘aplicó’ a la artesanía. De su mano salían candiles de aceite, faroles, maceteros de pie y de pared, argollas. Felipe Aranda lo ‘eternizó’  un día en plena faena. Ahora, su hijo continúa…

martes, 20 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mare Nostrum

El Mediterráneo está  como los niños respondones. Verán. Allá muy lejos donde el Caribe baña las costas de América se formó hace unos días un ciclón de esos malos que se  lo llevan todo por delante. La lió. Luego viró hacia Europa y se sosegó.  Le pusieron por nombre Joaquín.

Primero bañó las costas gallegas; después se bajo hacia las Azores y se adentró en la Península por el Golfo de Cádiz. Dicen mis amigos de Sevilla que allí ya llovido sin miseria. La marisma está preciosa. En la marisma – lo decía Barbeito – el sol le rompe los cristales al agua.

A lo que iba. El Mediterráneo no ha querido ser menos. Se ha ensartado en una sucesión de borrascas formadas en sus propias aguas y a la zona de Levante la está machacando. Agua, tormentas y vientos. Una delicia o un regalo para un compadre que para el caso como que lo mismo.

Por el Mediterráneo vinieron, en otros tiempos, también, otras cosas. Negociantes de Tiro y Sidón, o sea, Fenicios. Se trajeron el olivo, el alfabeto y la moneda - ¡ay, el parné, dichoso parné! - Navegaron con ayuda de palomas mensajeras y cruzaron el Estrecho de Gibraltar…

Años más tardes: griegos y romanos. Grecia aportó la Democracia y la Filosofía; Roma, el Derecho y la Lengua – esa en la que parece que nos cuesta tanto entendernos – y nos la dejaron por aquí como algo único.

Los árabes también venían de tierras más lejanas aún - aunque éstos era más de secano -  y prefirieron los caminos de  las tierras del norte de África. Con ellos, mucho de poesía y de ciencia: las Matemáticas, el Ajedrez y la Medicina…

El Mare Nostrum ha sido un hervidero. Culturas, religiones, idas y venidas “yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron / - soy de la raza mora, vieja amiga del sol -, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. / Tengo el alma de nardo del árabe español”, escribió don Manuel Machado.


 Ahora en el Mare Nostrum proliferan las borrascas. No les ponen nombre de personas; las llaman gotas frías. Las personas naufragan. Se ahogan en las aguas azules y no llegan a la tierra prometida… ¡Qué cosas, Dios mío!

lunes, 19 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Oro líquido

Dicen que en Sudáfrica se encuentra en las minas de Johannesburgo. Dicen que en los ríos de América del Norte aparecía en forma de pepitas. Los buscadores se iban a sus orillas y con una criba cernían y cernían… Dicen que en Rodalquilar y en las Médulas estaba en minas. Los esclavos lo extraían; lo llevaban a Roma. Naturalmente hablamos del oro.

Han pasado nubes y más nubes. Lo traían dentro y desde ayer otro oro – oro líquido – se ha venido desde los cielos al campo. Es la Gracia de Dios derramada sobre los olivares, sobre los barbechos, sobre las lomas sedientas y achicharradas por un verano de fuego, sobre veneros y pozos, sobre arroyos.

“El agua del cielo tiene bendición”. Lo dicen los viejos. Es verdad. Hay una explicación física que lo atestigua. El nitrógeno del aire, disuelto, baja con la lluvia. Es un abonado foliar sin que medie la mano del hombre. Media otra Mano, la Mano que lo dirige todo,  lo ordena todo, lo puede  todo.

La Gracia de Dios se ha venido con abundancia, con generosidad. Ha vivificado el ambiente. En otros sitios, al igual a Dios – se ve que Dios, a veces, tampoco puede estar en todo –  se le ha ido un poco la mano y ha caído con tanta abundancia que… bueno, ustedes de me entienden.

Ha escrito el maestro Barbeito en su artículo que; “ayer, cuando la tarde se empeñó en aprender la música de la lluvia…” Es esa  música tan especial tan única. A uno le empuja y lo lleva y lo trae y lo hace entornar los ojos y soñar y dejar que pase el tiempo…

Este año la mano de Dios ha tardado un poco en darse su vuelta otoñal por el campo. Se ve que Dios se ha acordado de otros lugares antes. “Nunca es tarde si la dicha es buena”. Ya le ha mandado a la borrasca que entre por donde tiene que entrar, o sea, por el Golfo de Cádiz y riegue con generosidad…


Siento un repiqueteo de tambores tocados por ángeles;  juegan en el alféizar de la ventana. Es la sinfonía de la lluvia. En la lejanía, a manera de oro líquido, cae sobre el campo.

domingo, 18 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del paraguas rojo

La calle es una calle larga, gris, monótona y desangelada. No es una calle cualquiera. La calle tiene el sello de ser única, especial, agraciada; no se le ve el final. La lluvia deja su impronta en la calzada, en los charcos, en las fachadas inexpresivas, en las ventanas apuntadas,  en el cielo cerrado y opaco. Los pináculos de los edificios hieren una tarde átona, otoñal...

La vida se refugia detrás las ventanas. Mira y ve la calle. Observa. Está quieta, Espera el gran acontecimiento. Se asoma al silencio y pone una sinfonía de luz. La vida lo ve todo;  deja el protagonismo para la chica del paraguas rojo.

Los pivotes se proyectan en sombras irreales en los bordes del asfalto. Están ahí para proteger a los peatones que circulen por las aceras. No va nadie por las aceras. Solo por la calzada camina la chica del paraguas rojo. Camina firme, decidida; va con ella misma. El agua se ha hecho espejos en el asfalto.

La chica pone la nota de vida, de expresionismo, de contraste. En primer plano, sobre la calzada, una pincelada – reflejo del paraguas - roja. El color del paraguas lo rompe todo; lo llena todo. Por cierto, la lluvia es fina, menuda, sutil, tenue, casi imperceptible.

La chica viste a media pierna. Su vestido, a juego con el día. Calza botas  negras. Llegan casi hasta las rodillas de la chica; tacón alto y grueso. Bolso… - ¿de qué color es el bolso?-, magas cortas. No hace frío…

La chica es delgada, esbelta. Tiene un cuerpo grácil. Se  mece como un junco de ribera que no está en la orilla del río. Llena la calle. La chica es bella; sugerente. La chica es poesía que camina bajo la lluvia.


Se cobija bajo el paraguas. Es ella. La chica del paraguas rojo. En el paraguas se han parado unas gotas de lluvia. Bajaban al asfalto; se quedaron a medio camino. Por entre la tela tensada del paraguas las gotas motean  la cara de la chica. No se le ve  pero es preciosa. Enormemente preciosa. La chica lleva su camino; va a alguna parte. Solo ella lo sabe…

sábado, 17 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paisaje

A Sierra Aguas se sube por el camino forestal que hay junto a la antigua casilla de peones camineros en el Tajo Azul; si sigues, un poco más adelante por el Puerto de Lucianes, a la derecha. Si te vas como para El Chorro abordas la sierra por la ladera de Levante y, entonces, puedes subir por el Cortijo de los Muertos – que no te asuste el nombre – antes de llegar a Bombíchar.

En sentido contrario, deja atrás Carratraca, y en el Puerto, - en esa carretera no hay otro - al poco de coronarlo, párate. Merece la pena: por lo peculiar de la zona, por cómo aquí las cosas parecen de otra manera.

Si el día está ventoso, oye el silbo del viento… El viento lo anda todo, lo escudriña todo y se cuela por las ramas de los pinos, por esas hojas que parecen agujas y crea una sinfonía diferente, como es diferente su bajada por las quebradas entre minerales de peridotitas y olivinos.

Si el día está claro la panorámica es espléndida: a la derecha la Sierra de las Nieves y de Mijas; detrás, Alcaparaín; al frente, la vega del Guadalhorce y al fondo el mar. No lo ves – ni al río ni al mar – pero lo intuyes en la lejanía entre brumas difuminadas.

Los pueblos: Coín con la dentellada de la cantera a sus espaldas;  Alhaurín el Grande, que cada día se hace más grande y está recostado a  la falda de una ladera tupida de pinos; Cártama a los pies del cerro coronado por las ruinas del castillo y la ermita primorosa, y Pizarra que hace tiempo que rompió las lindes del crecimiento.


Los pueblos son pinceladas blancas, hitos necesarios y puestos ahí, en sus sitio, en un paisaje de ensueño. No tengas prisas. Párate. Hazme caso. Todo es armonía. Cada cosa en su sitio; cada sitio con su cosa… 

viernes, 16 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pan

Cualquier día de estos celebramos el día internacional en que “no celebramos nada”. Viene a cuento porque según escuchaba esta mañana, el 16 de octubre, hemos celebrado el Día Internacional del Pan. Pues mira que bien.

Alguien dijo que el nivel de desarrollo de un país (entonces nosotros estábamos en la liga donde  jugaban  los países en vías de desarrollo) se evaluaba por la cantidad de pan, carne y leche que se consumía. Mucho de lo primero, pobreza; de los segundo, apuntaba a riqueza y bienestar.

 Los pobres deseaban el pan que no les llegaba con el jornal de miseria; los ricos lo tenían de sobra. Hubo quien se enriqueció con el trigo de estraperlo y se aprovechó de una España de carestía, aunque eso sí, misas, novenas, quinarios, golpes de pecho… Ellos estaban en la España del “trigo limpio”. ¡Ay, eminencia con lo guapo que están algunos calladitos!

 En España el pan, por aquel tiempo, era básico en la compra diaria. Tan básico que cuando algún malaje hablaba más de lo preciso, alguien le replicaba: “Cállate que cada vez que hablas sube el pan”. Y si subía el pan en muchas casas entraban sudores de necesidad y hambre.

Había quien pedía el mendrugo de pan de puerta en puerta. A uno cuando recuerda aquello todavía se le hiela el alma. Cuando un trozo de pan se caía al suelo, se le daba un beso y se comía. El pan se guardaba en una talega detrás de la puerta en la cocina.

 A algunos niños cuando salíamos de la escuela por la tarde, a las cinco,  nos habían preparado  para la merienda,  un trozo de pan con un hoyito lleno de aceite o una rebanada untada con meloja, miel, mantequilla… Algunos fuimos unos niños afortunados.


Cuando escribo estas líneas me quedo con El Pali. Se lamentaba en unas de sus Sevillanas memorables de algunas cosas perdidas en Sevilla. Cantaba: “madre ya no viene el tren / a las clarillas del día / que traía a los panaeros / de Alcalá de Guadaira”. Mejor que sea así…, aunque haya que celebrar el Día Internacional del Pan para concienciar que aún no llega a todas las mesas.

jueves, 15 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rioja Baja

El viajero dejó atrás el puerto del Madero y Ágreda y el Moncayo: son tierras donde se acaba Castilla. Y tuvo recuerdos para la tarde aquella que, junto a la Cruz de piedra en Veruela, pensó en Bécquer y se lo imaginaba esperando los periódicos y el correo.

Giró, en Valverde, a la izquierda y se fue hacia Cervera del río Alhama. Entró en La Rioja. Estos pueblos se mimetizan con el paisaje. No se ven hasta que se está en sus cercanías. Cervera es un pueblo grande para lo que se estila por esta Sierra de Alcarama. Tiene dos barrios: Santa Ana y San Gil; en medio ‘La Peña’, con castillo moro. En el Zorro Molinero, icnitas.

Chopos en las orillas del río; salvia, tomillo y romero y en las laderas. Barrancos trogloditas  y hoces. Tejones. Garduños, zorros, conejos. Carreteras solitarias. El viajero no se encuentra con nadie; no hay a quien preguntar. Con lo curioso que es el viajero no tiene con quien hablar.

En Grávalos hacen un magnífico cava. Fue tierra de romanos y,  después, de pastores. Grávalos está en una de las orillas de la Sierra de Cameros. Cornago ve como el río Linares se lleva las aguas al Alhama que se va al Ebro y luego…

Cuando llega a Autol,  el Picuezo y la Picueza siguen ahí, donde siempre, desde siempre. La erosión de la lluvia, del viento y el tiempo modelaron las figuras. El viajero - porque Autol  es zona industrial con un excelente surtido de conservas de huerta -  hace provisión, como otras veces, para los meses de invierno; en Arnedo hará otro tanto con el vino.

En Quel se sienta en un bar cercano al monumento a Bretón de los Herreros que era de aquí y recuerda lo escrito después del duelo que tuvo en Jerez: Dejome el sumo poder /

por gracia particular / lo que había menester:/ dos ojos para llorar.../ y uno solo para ver.”.  Se va la tarde; el río Cidacos sigue su curso hacia del Ebro. El viajero su camino…

miércoles, 14 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Suecos

Lo contaban a modo de chascarrillo. Un país quiso copiar la mejor constitución del mundo. Un equipo de juristas estudia el ramillete de las que apuntaban a mejor. Llega la decisión: la sueca. La aplican y fracasan. Conclusión: faltaban suecos.

La celebración del día de la Fiesta Nacional (parece que eso de la Hispanidad ya no se lleva) ha levantado una polvareda de excrecencias por parte de un grupo que no quieren ser españoles. ¡Qué le vamos a hacer!

Romanos, godos, musulmanes… Eso queda muy lejos, ¿verdad? Del imperio británico, colonizaciones francesas, belgas, alemanas, italianas (por cierto, ¿sabrá algo esta gente de Abisinia?), colonias holandesas… De eso no se habla.

Creo que fue Bismark que era alemán y que tuvo mucho que ver con la reunificación de aquel país quien dijo que España era un país admirable. Ningún otro había tenido más puñaladas desde dentro para destruirlo y seguía en pie. No lo tengo por muy cierto pero también afirmó que si esos ímpetus se aplicasen para empujar al país hacia adelante, entonces, seríamos imparables.

Bismark no sabía que en España no había suecos. Éramos - y somos - españoles y claro con ese publiquito pues venía lo que tenía que venir. El refrán – sabiduría del pueblo – dice que ‘de aquellos polvos estos lodos’.

Y así sabemos que siguen muy vivos Rinconete y Cortadillo (por lo de trincar en lo ajeno), las traiciones y zancadillas (no hay más que echar un vistazo a la evolución de la nobleza, del clero y del pueblo llano desde la Edad Media…) y aquí están los resultados.

Cuando a Echegaray le dan el Nobel de literatura elevan un escrito a la Academia sueca reclamando la revocación del premio. No por mal literato – que lo era – sino por pura y cochina envida. ¿Por qué se lo dan a ese y no a mí?


Faltan suecos. Parece que por mucho tiempo que pase los suecos vendrán, como hasta ahora,  de veraneo y vacaciones pero como ciudadanos con conductas ejemplarizantes me temo que no. Lo dicho. Faltan suecos.

martes, 13 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bendito

Bendito gañán de plumas y tintas que has hecho muchas sementera en otras tierras; bendito buscador de lo blanco que no es más que un aventar en la era de la vida lo mucho que se lleva dentro; bendito depositario de las calderillas que dejamos, cada día, como un regusto en tu pozo de aguas cristalinas y limpias.

Bendito pedigüeño en los extramuros de la imprenta, en la página diaria del periódico, en los libros que hablan de amores y de pueblos y de vivencias y del Río Grande, y del Az-zait. Bendito ángel de la palabra con ese timbre  tan especial, tan tuyo, ‘tan blanco’.

De niño quería romper moldes; de niño jugaba en la calle con borriquillos de barro y serones de esparto y respiraba aires y esencias de pinares. Sabía del vuelo de los pájaros, del tirar lento de los bueyes en las carretas, de nubes que pasan y cruzan los cielos…

De niño jugaba con la luz de la marisma que venía y  se envolvía en la brisa y dejaba en la vega un no sé qué que se quedaba flotando y  eso que aún no había conocido ni a San Juan de la Cruz, ni a Lorca ni a Montesinos porque este niño ya era un niño raro. Tan raro que un día le pidió a su padre, como regalo, un Diccionario.

Supo de olivos – más que nadie – y de varetones que crecen alimentados por los aires del Aljarafe y de mañanas de frío y escarchas en tiempos de moliendas y de capachos y trojes, alpenchines y orujos,  y de aceitunas que se convierten en sangre viva, o sea, aceite, en el sacrificio del molino…


Bendito maestro de la media verónica del amor, de la palabra y del verso; del adjetivo preciso y del verbo; del sustantivo y del adverbio; bendito tú, precisamente tú, que eres ‘bondad, ternura, serena alegría…”¡Por los clavos de Cristo, no dejes de escribir, Antonio! Bendito, seas, Antonio García Barbeito.

lunes, 12 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Colonia

Era verano. El  tren llegó a la estación con las primeras luces del día. Un taxi me llevó al hotel, céntrico.  No estaba lejos de la catedral - el objeto del viaje – ni de la estación. Dejo las cosas; deambulo por las calles. El sol calentaba lo suficiente para ir ligero de ropa.

Geranios en los balcones; calles con medianas sembradas de setos y árboles; semáforos, tranvías  - trolebuses -  y coches y más coches. Los edificios antiguos tienen las fachadas cruzadas por vigas enormes de madera; los tejados inclinados; ladrillos, rojizos. A pie de calle escaparates; cristaleras limpias, impolutas.

Colonia es una expresión de Alemania. Combina industrias y modernidad. Edificios acristalados ocupan zonas que tuvieron otros en otro tiempo. La guerra primero, la deriva de los tiempos, la renovación necesaria ha hecho que sea una ciudad preciosa, encantadora. Uno siente pena cuando tiene que abandonarla.

Paris es el glamour; Roma, el arte tirado a la calle; Londres la llovizna y el chubasquero; Lisboa, el misterio del fado…Colonia es una máquina de hacer trabajo Colonia está cruzada por el Rin. Es la principal arteria de la ciudad. Suben y bajan barcos. Llevan áridos, contenedores, cargas de difícil identificación. El agua llega justo a hasta la línea de flotación.

Al mediodía entro en la catedral. Sobrecoge - cinco naves - tanta magnitud; una mole, con el humo del tiempo incrustado en la piedra. Los rayos de sol atraviesan las vidrieras; ascuas de luz y color.
Las bóvedas nerviadas se pierden en la altura. La penumbra invita a la oración, al recogimiento. Suena música de órgano. Todo parece magia; se flota. En una capilla, en la girola, enseñan un sarcófago dorado con los restos de los Reyes Magos. La Virgen de las Joyas, San Esteban, Santa Clara…

Cae la tarde. Me siento en una terraza junto al río. Estoy frente a la catedral. Me sirven un codillo, guarnición de col fermentada, pan de centeno; la cerveza, soberbia. Veo recortadas las agujas de las torres. La ciudad se llena de luces…


Escribo estos recuerdos en una tarde otoñal. El Rey ofrece una recepción en el Palacio Real. Angus Deaton, Nobel de Economía por su análisis sobre el consumo, pobreza y bienestar. Unas excresencias empañan con sus declaraciones el día de la Fiesta Nacional. Por favor, - para ellos y ellas -  el ostracismo griego. ¡Ya está bien!

domingo, 11 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Esnortao

La tarde se puso de agua. Las nubes venían de su sitio, o sea, de poniente. Eran nubes bajas y grises. Nubes cargadas de agua. El cielo se entoldó;  se echó el aire. Todo estaba en calma. Por cierto ¿dónde estaban los pájaros? Aún no habían llegado a los árboles del parque los pajarillos que pasan el día en el campo…

Por arte de birlibirloque el sol se abrió paso entre las nubes. Apareció un cielo de azul deslavado, claro y lejano. El Hacho se quitó la mantilla y todo volvía a lo que, desde hace un tiempo, es normal: las nubes pasan de largo; se va a otros puertos. Como la Lola que se iba cantando… pues algo así.

Ha hecho una tarde de castañas y avellanas, de primeros mantecados, algún turroncillo nuevo,  empanadillas de batata y botella de anís de Rute - ¿por qué casi todos los anises tienen nombre de toreros: Arruza, Machaquito, Bombita…?- ilustrada con una litografía de una moza con mantón de sobre los hombros y flores en el pelo.

Carlos Pérez – que escribe como los ángeles – se las ha ingeniado para fomentar la lectura en su instituto y me dice que por la foto de mi perfil, si no fuese por lo mucho que me conoce ya adivinaría que soy un empedernido lector.

No desmiento a Carlos. Sentado ante el balcón (por la calle, con ese amago de llovizna no pasa nadie) me enfrasco en la lectura. Josep Pla, Cartas de lejos, editorial Austral, pág. 126: “La ciudad de Amsterdam tiene una forma ovalada y la rodean collares de agua concéntricos…”

El collar de agua ha rodeado esta tarde el cuello de Álora. Se van las nubes por las cumbres de enfrente: Sierra de Aguas, Sierra del Valle, las Orejas de la Mula, el Torcal… Hay una negrura grande por la parte de Granada…


Mi amiga Manuela cuelga un suelto: “Es Domingo, afuera llueve, estamos en Otoño y es la mejor melodía que puede acompañar una sobremesa tranquila, a solas con tus pensamientos...” La apoya con la Romanza de Bacarisse… Le hago caso. Me recreo en el azahar  de un limón 'esnortao' que ha colgado Marilina. Esto me pasa por rodearme de tan buena gente…

sábado, 10 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paz

La gente iba con pancartas, banderas, música… Iniciaban la caminata frente a la estación central de trenes en Ankara, Bulevar Talatpasa. La gente iba a una manifestación por la paz.  Primero una explosión; luego, otra. Las imágenes que ha ofrecido el telediario son tremendas. La situación real parece que es peor.

 Proclamaban la paz y el cese de la violencia en una zona donde todo se ha convertido en un disparate. Hay monosílabos - palabras con muy pocas letras -  que dicen mucho: luz, voz, son, haz, mal… y sobre todas, dos: Dios y paz. No sé porqué algunas parecen reñidas con la convivencia entre  los hombres.

Todo ha ocurrido en Ankara, en el centro de Asia Menor, en la Península de Anatolia. Dicen, los que saben de geopolítica, que Turquía es la tierra más occidental de los países árabes o la más árabe de los países occidentales. Puente y mano tendida entre oriente y occidente.

Por la península de Anatolia cruzaban las caravanas que venían de los países lejanos. Traían seda, especias, piedras preciosas, tejidos, ámbar, estaño… Al frente de todo aquel comercio: genoveses, barceloneses, venecianos. Judíos y cristianos al olor y al loor del dinero.

Yo solía poner a mis alumnos un acertijo sobre el mapa. Eran los versos de Espronceda en la canción del pirata: “Y ve el capitán pirata / cantando alegre en la popa / Asia a un lado / al otro, Europa / y allá al fondo, Estambul”. Preguntaba: ¿por dónde navega el bajel?  Inmediatamente la gente menuda se volcaba sobre el mapa y buscaban y buscaban. Siempre había quien lo encontraba…

Hoy habría que interesarse por otras cosas. Si se pregunta por un reducto de paz ni el Bósforo ni el mar de Mármara, ni el Mediterraneo, ni el mar Negro, ni los Dardanelos… ofrecen un resquicio donde pueda albergarse. Todo está convulso; todo, revuelto. El hombre ha perdido, entre otras cosas, la cabeza.


Oriente Medio es un polvorín. Me quedo corto. Es un volcán. Lo están apagando con gasolina. Y cuando esas dos cosas se mezclan, es decir fanatismo e intolerancia, viene lo que viene. En días como hoy los atardeceres, cuando el sol se pierda en el horizonte, todo estará enrojecido. No hace falta buscar la causa.

viernes, 9 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Elenita

El humo llenó el cielo de la mañana; se hizo sitio entre las nubes; el cielo dejó de ser azul. Ruido de sirenas roncas, agudas, estridentes. Gente corriendo, voces. Dice el Diccionario que accidente es el “suceso que altera el orden de las cosas”. Ya nada es igual. Uno busca las causas; muchos  ‘porqué’. Sin respuesta.

Elenita es una muchacha especial. Pequeñita de estatura, sonriente, a veces, solitaria por la calle, casi siempre con prisa. Elenita llegaba, algunas tardes, a la biblioteca municipal, echaba un rato con los libros y con sus amigos. Elenita miraba con esa mirada especial que tienen las personas de alma grande. Cuando se cansaba se iba… Elenita es cariñosa y buena. La vida no la ha tratado bien. ¡Puñetera vida!

Verán. Al rato de apuntar el día, un incendio ha sembrado la inquietud y el dolor. En la familia de las víctimas; en los amigos; en los conocidos; en los transeúntes que pasaban por la calle. El incendio, según dicen, se originó en el interior de una vivienda, en un piso.

Elenita – la persona más afectada – trasladada en helicóptero al Virgen de Rocío, Hospital para quemados graves, en Sevilla; un Guardia Civil, un bombero y un concejal heridos, con ingreso hospitalario, incluido. ¿Habrá quien ponga en duda la generosidad de  personas que dicen que hay más gente buena que mala?

Ellos y otros  han sufrido heridas o no han sufrido ninguna. Es igual. Han demostrado generosidad, entrega, profesionalidad. Su vida ha pasado a un plano secundario. Su vida no les ha importado. No lo han pensado. Se han entregado sin más, sin pedir nada a cambio.

Conmoción. Ambulancias, sirenas, silbatos que orientan e intentan regularizar….Un caos, uno más de los que se originan cuando se presentan, sin avisar, a la chita callando, estos chapuces como el de esta mañana en Álora.


Comprenderán que hoy esta ‘Hoja suelta del cuaderno de bitácora’ quede falta de palabras y llena de deseos, como los que anidan en todos los corazones de quienes las lean. Que todo haya quedado en un susto, muy grande, pero ojalá sea solo eso: un susto.

jueves, 8 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gañán

El lucero del alba salía cuando ya apuntaba el día y clareaba por los cerros; se habían ido casi todas las estrellas.  

El gañán se levantaba a esa hora. Descorría el cerrojo que cerraba por dentro la puerta de la habitación que había entre la cuadra y el cuerpo de casa. Era el granero. Con el silencio de la madrugada el cerrojo de la puerta tenía un sonido metálico y chillón. Encendía el candil y se encaminaba a la cuadra.

En el granero estaban, también, los aparejos de las bestias, las jáquimas, una serreta para la yegua, varios bozales, un par de mataguillas, anterrollos, serones de esparto, un juego de trabas… Algunos utensilios se colgaban en las estacas que sobresalían en la pared. El granero tenía una ventana pequeña con una reja.

El candil pendía del techo en un alambre largo encorvado por la punta. Levantaba el brazo; lo descolgaba. Encendía una cerilla y le prendía fuego a la punta aceitosa de la torcía. Avivaba el candil con un ganchillo de alambre. Echaba un poco de aceite y la luz se hacía más intensa. Las sombras del hombre se agigantaban proyectadas en la pared.

Algunas veces tras sus pasos iba el gato. El gato había deambulado durante toda la noche y por eso de la curiosidad – la curiosidad dicen que mató al gato – lo seguía en todos los pasos que daba. Todos los días eran iguales pero todos los días los dos hacían lo mismo.

El gañán llenaba el almud con de sebo - trigo, maíz y cebada - molido para enriquecer la pastura. Lo echaba sobre una espuerta de esparto con dos asas que al unirlas la cerraban por la parte de arriba. Por el andén del tinado el hombre llegaba hasta el pajar…

Llenaba la espuerta de paja. Revolvía el pienso con la paja. Volvía sobre sus pasos y con la mano vuelta lo iba esparciendo por los pesebres. Los mulos lo buscaban con los belfos entre la paja. Los animales tenían una alimentación diferente cuando comenzaban las sementeras.


El establo olía a paja caliente, a vaho de bestias y a estiércol. Entonces, el hombre sobre los rescoldos de la noche anterior, echaba una candela en la chimenea y ponía una cafetera de porcelana para hacer el café…

miércoles, 7 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palomas

En el siglo XIX Sebastián de Iradier compuso “La paloma”. Todos hemos cantado la canción muchas veces. Hemos pregonado a la ventana, a la paloma que llegaba, al cariño que habría que propiciarle…

“Si a tu ventana llega una paloma / trátala con cariño que es mi persona…” Y hablaba de la salida de la Habana, ¡válgame Dios! Nadie vio la salida, nadie supo de aquella salida solitaria… Todo era añoranza. Pedía confidencias y flores y  pedía una cosa imposible: amor.

Corrió el tiempo. Exiliado en Paris vive Rafael Alberti. Vive en la casa de Pablo Neruda. Corría el año 1941. España rota en añicos intentaba reparar y restañar demasiadas heridas. Carlos Guastavino, en Buenos Aires, le puso música.

Pregonó Rafael la equivocación de la paloma. “Se equivocó la paloma / Se equivocaba / Por ir al norte fue al sur. / Creyó que el trigo era agua. / Se equivocaba…” Y hablaba de estrellas y rocío, de calor, de nevada, y tuvo la peor de las equivocaciones, creyó que tu corazón era su casa…

En la España de los años cincuenta, Antonio Molina, cantó a otra paloma. Era de pluma blanca, como la paloma aquella de las tropas de Darío, el persa, sobre las que se desencadenó una tormenta al pie del monte Athos… Los griegos que desconocían las palomas blancas, cuando las veían volar, pensaron que eran mensajes de amor.

Antonio Molina la bajaba cada tarde al río a bañarse. Por ponerle le puso pico de oro, alas de plata… color de lirio. Decía Antonio que aquella paloma era blanca como la nieve…y la invitaba: “paloma vente conmigo”. ¿Le haría caso?


Esta mañana junto al pozo, en el derramadero del pilar, zureaban las palomas.  Habían dado una vuelta por la campiña; desayuno de grano de las primeras sementeras. Habían tomado su baño mañanero. Recostadas, abrían las alas al sol y esperaban el paso del tiempo. Dentro de un rato volverán a la umbría del palomar y dejarán que pasen las horas de la siesta…