A Sierra Aguas se sube por el camino forestal que hay junto
a la antigua casilla de peones camineros en el Tajo Azul; si sigues, un poco
más adelante por el Puerto de Lucianes, a la derecha. Si te vas como para El
Chorro abordas la sierra por la ladera de Levante y, entonces, puedes subir por
el Cortijo de los Muertos – que no te asuste el nombre – antes de llegar a
Bombíchar.
En sentido contrario, deja atrás Carratraca, y en el Puerto,
- en esa carretera no hay otro - al poco de coronarlo, párate. Merece la pena:
por lo peculiar de la zona, por cómo aquí las cosas parecen de otra manera.
Si el día está ventoso, oye el silbo del viento… El viento
lo anda todo, lo escudriña todo y se cuela por las ramas de los pinos, por esas
hojas que parecen agujas y crea una sinfonía diferente, como es diferente su
bajada por las quebradas entre minerales de peridotitas y olivinos.
Si el día está claro la panorámica es espléndida: a la
derecha la Sierra de las Nieves y de Mijas; detrás, Alcaparaín; al frente, la
vega del Guadalhorce y al fondo el mar. No lo ves – ni al río ni al mar – pero
lo intuyes en la lejanía entre brumas difuminadas.
Los pueblos: Coín con la dentellada de la cantera a sus
espaldas; Alhaurín el Grande, que cada
día se hace más grande y está recostado a
la falda de una ladera tupida de pinos; Cártama a los pies del cerro
coronado por las ruinas del castillo y la ermita primorosa, y Pizarra que hace
tiempo que rompió las lindes del crecimiento.
Los pueblos son pinceladas blancas, hitos necesarios y
puestos ahí, en sus sitio, en un paisaje de ensueño. No tengas prisas. Párate.
Hazme caso. Todo es armonía. Cada cosa en su sitio; cada sitio con su cosa…
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