Y, por si faltaba algo en el patio viene ahora la
Organización Mundial de la Salud y nos mete las cabras en el corral. Ni
bocatas, ni chuletones de Ávila, ni corderitos de norit, ni salchichas, ni
chorizos de Cantimpalo, ni barbacoas, ni jamón de…
El escándalo, servido. Unas veces porque detectan un
problema, que puede ser verdad, que existe. Otras, por enriquecimiento:
intereses comerciales. La alarma, en el plato.
Durará poco. Mañana, habrá otro tema. Hace unos años
el lío se formó en Alemania por no sé qué tratamientos a los pepinos de Almería.
Algo parecido, con naranjas de Israel o por lo ciclamatos en la bebida que
‘endulza’ la vida.
No hace mucho lo primero que quitaba el médico en el
diagnóstico tras la visita era el
pescado azul, o sea ni sardinas, ni jureles, ni arenques, ni boquerones; luego,
la emprendieron con el aceite de oliva. Era ¡malísimo¡ Después…
Mi amigo Juan Rivas (donde estés un abrazo grande,
Juan) era un bebedor, a diario, de vino tinto. Pilló unas calenturas.
Diagnóstico: fiebres de malta ocasionadas por la leche contaminada con
brucelosis en las cabras. Él niega haber bebido leche, el médico que sí, y él
que no. Discusión bizantina. Juan corta por el camino más corto.
-
Mire usted, como no sea que la cabra se
mease en la cepa…
Las plañideras eran unas mujeres a sueldo. Lloraban
en los duelos. Cuanto mayor berraqueo, más masa dineraria en sus bolsas y más
realce social para la familia del muerto; a él, ya le repercutía poco. Esta
mañana prensa escrita, radios y televisiones son un dechado de expertos.
Cuánta gente en España tan preparada, tan docta, tan
conocedora y tan documentada de estas cosas. ¡Y yo, sin saberlo! Me pregunto,
ingenuamente, y si lo conocían desde hace tanto tiempo ¿por qué puñetas no nos
habían avisado ? ¡Plañideras que comen en las aguas de río revuelto!
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