Una foto del Maestro Barbeito colgada esta mañana en
su muro le evoca al viajero su paso por aquellas cumbres cuando el verano
estaba en su esplendor. Y, como el viaje tiene tres partes, a saber, soñarlo,
realizarlo y, luego contarlo…
El viajero recuerda que subió a Riaño, desde Cangas
de Onís, por el puerto del Pontón. Escaló, a contramano, el Sella por el
desfiladero de los Bellos. El río, allí, es un hilo de agua clara. Baja de las
cumbres. Busca el Cantábrico; por la otra vertiente, el Esla: se va al Duero y, luego, el Atlántico.
El viajero sabe que ahora, aquella tierra, porque
así lo dice el tiempo, ya ha dejado el
pelaje de verano y se ha vestido de otoño. La roca gris y pelada en las cumbres
no estará vestida con los tonos de verdes de sabinas, hayas, robles, piornos y matorrales. En el valle
conforme bajaba el Esla, el viajero estuvo acompañado de fresnos, alisos y
choperas.
Son tierras de rebecos y corsos, de perros mastines,
de lobos aullando en las noches de nevadas, de gente de temple que lucha contra el
aislamiento de siglos, de inviernos largos y pan mínimo. “El pan y el vino,
aquí – le dijeron – viene de Castilla”.
Entre Aleje y Cistierna el verdor contrastaba con la
caliza de la roca y con los conos de carbón amontonados como pequeñas colinas
artificiales. De vez en cuando, a media mañana, una chimenea elevaba al cielo
una columna de humo. Debajo – pensó el viajero – hay un fogón; hay vida.
De Cistierna el viajero recuerda una calle larga,
larga, paralela al río – el Esla – de aguas saltarinas, un paso a nivel del
ferrocarril hullero que, casi con un siglo de existencia, ve que se le marcha
la vida en una agonía penosa y lenta, y
gente en la calle y la llanura del páramo que se abre plano y desolado.
Los pueblos, a grandes trechos, aparecen en la
llanura orillando o escindidos por la carretera. Pueblos de adobe, de torres
solitarias y cipreses que bordean las tapias de los cementerios. Medio abandonados:
Corribes, Vidanes, Villapadierna, Palacios, Quintanilla, Vega de Monasterio,
Cubillas de Rueda…
El románico se desmorona por Santa María de Gradefes.
San Miguel de la Escalada, joya milenaria, sigue en pie con un horizonte lejano
de cielos interminables y choperas apretadas
en la orilla del río camino de Mansilla de las Mulas…
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