martes, 20 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mare Nostrum

El Mediterráneo está  como los niños respondones. Verán. Allá muy lejos donde el Caribe baña las costas de América se formó hace unos días un ciclón de esos malos que se  lo llevan todo por delante. La lió. Luego viró hacia Europa y se sosegó.  Le pusieron por nombre Joaquín.

Primero bañó las costas gallegas; después se bajo hacia las Azores y se adentró en la Península por el Golfo de Cádiz. Dicen mis amigos de Sevilla que allí ya llovido sin miseria. La marisma está preciosa. En la marisma – lo decía Barbeito – el sol le rompe los cristales al agua.

A lo que iba. El Mediterráneo no ha querido ser menos. Se ha ensartado en una sucesión de borrascas formadas en sus propias aguas y a la zona de Levante la está machacando. Agua, tormentas y vientos. Una delicia o un regalo para un compadre que para el caso como que lo mismo.

Por el Mediterráneo vinieron, en otros tiempos, también, otras cosas. Negociantes de Tiro y Sidón, o sea, Fenicios. Se trajeron el olivo, el alfabeto y la moneda - ¡ay, el parné, dichoso parné! - Navegaron con ayuda de palomas mensajeras y cruzaron el Estrecho de Gibraltar…

Años más tardes: griegos y romanos. Grecia aportó la Democracia y la Filosofía; Roma, el Derecho y la Lengua – esa en la que parece que nos cuesta tanto entendernos – y nos la dejaron por aquí como algo único.

Los árabes también venían de tierras más lejanas aún - aunque éstos era más de secano -  y prefirieron los caminos de  las tierras del norte de África. Con ellos, mucho de poesía y de ciencia: las Matemáticas, el Ajedrez y la Medicina…

El Mare Nostrum ha sido un hervidero. Culturas, religiones, idas y venidas “yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron / - soy de la raza mora, vieja amiga del sol -, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. / Tengo el alma de nardo del árabe español”, escribió don Manuel Machado.


 Ahora en el Mare Nostrum proliferan las borrascas. No les ponen nombre de personas; las llaman gotas frías. Las personas naufragan. Se ahogan en las aguas azules y no llegan a la tierra prometida… ¡Qué cosas, Dios mío!

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