El viajero dejó atrás el puerto del Madero y Ágreda y el
Moncayo: son tierras donde se acaba Castilla. Y tuvo recuerdos para la tarde
aquella que, junto a la Cruz de piedra en Veruela, pensó en Bécquer y se lo
imaginaba esperando los periódicos y el correo.
Giró, en Valverde, a la izquierda y se fue hacia Cervera del
río Alhama. Entró en La Rioja. Estos pueblos se mimetizan con el paisaje. No se
ven hasta que se está en sus cercanías. Cervera es un pueblo grande para lo que
se estila por esta Sierra de Alcarama. Tiene dos barrios: Santa Ana y San Gil;
en medio ‘La Peña’, con castillo moro. En el Zorro Molinero, icnitas.
Chopos en las orillas del río; salvia, tomillo y romero y en
las laderas. Barrancos trogloditas y
hoces. Tejones. Garduños, zorros, conejos. Carreteras solitarias. El viajero no
se encuentra con nadie; no hay a quien preguntar. Con lo curioso que es el
viajero no tiene con quien hablar.
En Grávalos hacen un magnífico cava. Fue tierra de romanos y, después, de pastores. Grávalos está en una de
las orillas de la Sierra de Cameros. Cornago ve como el río Linares se lleva
las aguas al Alhama que se va al Ebro y luego…
Cuando llega a Autol, el Picuezo y la Picueza siguen ahí, donde
siempre, desde siempre. La erosión de la lluvia, del viento y el tiempo
modelaron las figuras. El viajero - porque Autol es zona industrial con un excelente surtido
de conservas de huerta - hace provisión,
como otras veces, para los meses de invierno; en Arnedo hará otro tanto con el
vino.
En Quel se sienta en un bar cercano al monumento a Bretón de los
Herreros que era de aquí y recuerda lo escrito después del duelo que tuvo en
Jerez: “Dejome el sumo poder /
por gracia particular
/ lo que había menester:/ dos ojos para llorar.../ y uno solo para ver.”. Se va la tarde; el río Cidacos sigue
su curso hacia del Ebro. El viajero su camino…
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