Sentado en la ventana he visto pasar las nubes de la tarde.
El Hacho era para ellas una barrera; el cielo azul, la mar grande por la que
podían navegar a su antojo. A cualquier parte. Sin norte y sin puerto, sin
rumbo fijo. Uno solo era su timonel: el viento.
El hombre anclado tras los cristales pensaba en los barcos.
Pensaba en otros barcos. Los barcos que van y vienen. Se van del puerto. Ponen
rumbo a otros puertos. Esos barcos tienen nombres muy raros: Lucy Snug, Atlantis Aldabra, Bulk Chile, Elisabeth K…
Esos barcos traen de otras tierras trigo y sorgo y soja y
cebada y girasol y melaza y granos para piensos y cemento y… Los estiban en un
lugar apartado del puerto. Los hombres de los puertos tienen la voz ronca,
surcos en la cara y una ropa diferente. Esos hombres beben en las tabernas un
vino blanco distinto como las luces del amanecer.
Una banda de palomas picotean en el reguero del grano. Están
inquietas. Cuando llega algún vehículo dan un pequeño salto. No se van muy
lejos. Vuelven y siguen en su faena. Esas palomas son las palomas más
afortunadas del puerto cuando llega la descarga de los barcos.
Bajo una palmera dormitan los gatos. Son gatos cimarrones,
lustrosos. Tienen estos gatos un carácter diferente. Cazan – mejor, pescan,
porque son gatos pescadores – desde las rocas del malecón que hay a
continuación del puerto. Se acercan al agua… Son hábiles, listos. Son los gatos
de ojos de siestas largas y placenteras.
Toca una sirena. Entra por la bocana un barco enorme. Es un crucero.
Son de esos barcos que atracan en los otros muelles del puerto. Vienen cargados
de turistas. Estarán unas horas. Un paseo por el centro. Algún museo, un
restaurante, unos recuerdos. El barco ser hará a la mar dentro de… Van, vienen.
Recuerdo los versos del Maestro Alcántara: “Por la mar chica
del puerto el agua se pone triste / con mi naufragio por dentro”. Sigo sentado
delante de la ventana. La radio cuenta unas cosas… Prefiero soñar con esas
nubes que van por otro mar azul, que nos miran desde lejos…
Muchas veces Pepe, nuestra alma precisa vagar por otros puertos, distintos a los que siempre recalamos, en un intento vano de escapar de nuestra realidad. Pienso, como dice Alcántara en el verso que glosas, que muchas veces nuestro naufragio interior, hasta el mar lo nota. ¡Que tristeza da, que muchos, no sean tan sensibles como es el mar...!
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