Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gris

Esta mañana el sol no ha venido a su cita diaria. Bueno, lo que se dice venir, sí ha venido pero no se ha dejado ver. Una capa de nubes de esas que entran por poniente lo ha cubierto todo. De esas que dice el refrán “… que las llueve”. De esas. Han entolado el cielo y la mañana ha tenido un color especial

Tampoco he logrado ver el lucero del alba. Hace unos días, mi amiga Manuela me recomendó que en esas horas en que rompe el día es el momento ideal para verlo. En la mitología lo identificaron con Venus - los que saben de estrellas dicen que es el segundo planeta del Sistema Solar -  la diosa de la belleza. No iban por mal camino; ni los unos, ni los otros.

A media mañana empezó el cielo como con un llanto mínimo. Caían gotas. A muchas se las llevaba el viento; otras, con mucho trabajo, llegaban al suelo. Se olía a tierra mojada. Las nubes seguían en los suyo y el campo pidiendo agua. A ver lo que dura ‘el temporal’.

Dicen que estos primeros días de octubre llegan las primeras oleadas de gansos a Doñana. Vienen de tierras lejanas. Cuando lleguen a la marisma si se encuentra con un día tan gris puede que piensen que no ha merecido la pena dejar las tundras polares para seguir con un cielo así. Los gansos no saben – o sí – que este sombreado es por poco tiempo.

Marilina ha puesto su pincelada al día. Ha colgado un ramillete de bellotas. Solo tres. No hacen falta más. Están es su sitio y tienen toda la belleza que puede encerrar el campo cuando llegan los días de otoño. Gris por fuera; con toda la vida por dentro.

De niños nos gustaba el sabor amargo de las bellotas. Barbeito habla de un campanario con restos de piel de granadas, bellotas y naranjas pintonas, restos del festín de los campaneros. Comida de niños - y de grandes – para estos días que el otoño se viste de gris.