Tu calle es una calle de ida y vuelta. Tu calle no
es una calle cualquiera. Tu calle es una calle larga y blanca con casas de
ventanas y fachadas donde reverbera la cal que muere a pie de acera. Tu calle
es… embrujo y misterio, enigma y ensueño; asombro, quejío roto y preguntas sin
respuestas.
“En Sevilla había un casa y en la casa una ventana…”
decía Rafael de León un día de luz; la
cantó doña Concha – la Piquer, sí que
era grande – y hablada de río y de rosas y de luna y de verano, de tragedia y
de…, pero no, eso no.
Alejandro Casona hablaba de otra casa: “La casa de
los siete balcones” y recordaba aquella palabra que venía de América. La
arrastraba el viento por las noches y resonaba en las esquinas: ombú, ombú…
Tampoco es eso.
¿Estás tú detrás de la ventana? Tu casa – ¿de la
Ronda de Carmen?, por cierto tú no te llamarás Carmen, ¿verdad? - tiene cinco ventanas; mejor cuatro, y una
balconada señorial con rejas de arte y filigranas en el hierro hechas por una
alma sensible que las modeló en fragua a donde venía la luna ‘con su polisón de
nardos’. Tú miras. Y lo ves todo… sin ser vista.
Y yo paso y te busco… Y como en la copla pregono en
silencio que tengo un corazón que no se quiere enterar. ¿Qué se esconderá
detrás de esas ventanas? ¿Te escondes tú…? Y, por encima se escapa un cielo de
suspiros y deseos, un cielo de estrellas
palpitantes, lejanas.
Tú, de pelo negro y lacio, de ojos verdes -
¿‘verdes, como el trigo verde’? No;
verdes como las esmeraldas de la Macarena, como la esperanza de verte
algún día – te intuyo pero no te veo – detrás de los visillos… Tú, de talle de
espiga de trigo que bambolea el viento.
“A solas soy alguien”, escribió Gabriel Celaya. En
esta calle, o sea, en tu calle hay dos soledades juntas. Una, detrás de la
ventana; otra camina y pasa y vuelve y deja que se den la mano la anochecida y
el alba.
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