He subido hasta Flores. La tarde está entoldada. Dicen que mañana puede llover.
Debería llover a cántaros. Hace falta. Lo pide el campo que se viste de verde
con los primeros brotes de yerba nacida aprovechando el poco jugo que tiene la
solería.
En el llano
de la romería, unos chiquillos corren detrás de un balón. Se escucha gente que
habla. La tarde se alargaba. En el horizonte,
bajo las nubes, las cumbres
lejanas de las sierras de Camarolos, Loja y El Torcal. Por abajo, entre las
huertas y el río, comienza a subir la penumbra.
Ha pasado,
con vuelo pausado, camino del mar una banda de garcillas bueyeras. Los entornos
del convento esperan la noche con sosiego y calma. Uno, en estas horas
inciertas, se debate entre la zozobra y la melancolía. Las tardes de otoño
tienen un no sé qué especial. Se van poco a poco. Como se nos va la vida.
El gallinero hispano anda revuelto: gripe de
elecciones venideras y pandemia política. Sigue la sinfonía de quejas catalanas.
Los presuntos delitos son culpa… de los otros. Se dicen perseguidos y no sé
cuántas cosas más. Hasta los que corren por la banda, o sea los jueces de línea están confabulados
contra ellos.
Hace más de noventa años don José Ortega escribió:
“Pocas cosas tan significativas del
estado actual que oír que son pueblos (catalanes y vascos) oprimidos por el
resto de España. La situación privilegiada que gozan es tan evidente que la
queja resulta grotesca”. Se conoce que a Ortega ya no se le lee; no está de moda.
La radio del coche informa que el huracán Patricia
pierde fuerzas. Arrasa el estado de Jalisco en México y aún así los vientos
soplan por encima de los doscientos setenta kilómetros por hora. Ahora, dicen,
va a virar a tormenta tropical. Con esas ventoleras a lo mejor los papeles se
vuelan por los aires…
Por aquí la cosa no llega a tanto. Las hojas de los
chopos han dicho que ya han cumplido
ciclo. Los almeces tienen la fruta a
pedir del canuto de caña como cuando éramos niños. Es otoño. Es la estación que no debería terminar nunca;
pero, por ser tan efímera, la valoro más. Se respira paz. Siento la melancolía
de siempre.
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