jueves, 29 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sinfonía de otoño

La calle estaba regada por un ‘chirimiri’ de hojas que bajaban de las copas de los árboles al suelo; cuentas de un rosario que rezan ángeles sin alas. Se las quitaron ellos y se las pusieron a las hojas para que en su caída se meciesen, con contoneo, con gracia, con embrujo y misterio. Cada una, a su ritmo y a su tiempo.

Acacias, plátanos orientales, álamos, chopos, alces, prunos, perales silvestres, castaños… Todos han iniciado el camino – es su particular peregrinación para pasar el invierno – y se despojan de sus ropas. Ya saben. Quieren ir con equipaje ligero.

Madrid, como todas las grandes ciudades, tiene muchos inconvenientes. Distancias enormes, ruidos ensordecedores, velocidades porque todo el mundo lleva prisa, mucha prisa. Todos llevan bulla; no se hablan entre sí. No tienen tiempo.

Madrid es una ciudad arbolada. Ahí, amigos; ahí, precisamente, se para el sol. Madrid – algunas calles de Madrid – están de ensueño. Solo hay que echarse a andar por la Castellana, Padilla, Velázquez, El Retiro, la Quinta de los Molinos…Madrid. Ya se sabe el tópico del tesoro y las obras, lo del cielo de Agustín Lara…

Un amigo me pide una gestión. Ortega y Gasset 86. Se la hago. Es media mañana, bajo Alcalá – preciosos los ‘pensamientos’ que colocan los jardineros, en el parterre de la Puerta -; Cibeles, El Prado.

Me encierro, voluntariamente, en el Botánico. Me adentro; me siento en uno de los bancos y dejo que se detenga el tiempo. No lo consigo. Lo quiero; no puedo.  Es un imposible. No puedo parar el tiempo.

Bajan las hojas, a su aire. Traen versos de Juan Ramón, de Padilla, de Machado – de  los dos –,  de Bécquer, de San Juan de Cruz, de Montesinos. Traen hojas de Manuel Alcántara y de Barbeito. Son pensamientos de Tagore. Hay una sinfonía de colores.


Por las ramas más altas de los árboles se columbran las nubes. Nubes blancas, algodonosas, juegan al escondite con los vientos…”Adiós Madrid; adiós tu Prado y fuentes que manan néctar, llueven ambrosía…” Lo escribió Cervantes, 1614, “Viaje al Parnaso”.

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