miércoles, 21 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La fragua

Paco era un hombre de mediana estatura; de poca conversación y muy trabajador. Moreno de tez, de boca y orejas grandes. Cuando la vista flaqueó usó unas gafas de pasta negra que con el sudor se le resbalaban por la nariz. Paco era un hombre de buen trato…

Paco Cortés tenía una fragua pasado el Tajo de la Quera conforme se bajaba a la estación en la última curva, frente a la panadería de Brenes y antes de llegar a la casa de la Parra. La fragua estaba a pie de monte del Calvario y casi donde arranca el camino de los pinos.

Desde la puerta de la fragua se abría una visión amplia. Al otro lado del arroyo de la Tenería el Pecho de las Torres y las Piedras Blancas; más allá, el Tajo de las Palomas; un poco más abajo, el  Coto Minero y el túnel  y la vía del tren y el río que se remansaba en ‘la playita’. En la otra orilla, la Isla…

La fragua era pequeña. Un espacio reducido donde Paco mostraba maestría y saber el oficio como nadie. En el fondo el infierno de la fragua que echaba fuego impulsado por el fuelle. Cuando Paco acercaba un hierro para moldearlo, lo cubría con la corbilla; con el espetón apartaba la escoria.

La fragua tenía las paredes llenas de estampas de santos, vírgenes, trozos de almanaques y hasta una foto del Papa. La pared de la fragua era un pulso constante entre el santoral y el hollín que había puesto una capa negra sobre la cal.

Paco trabajaba el hierro duro. Recalzaba rejas de arados, calzaba chapulinas, escardillos y azadas y hacía herraduras que arqueaba en el yunque – en la punta del yunque – asidas con unas tenazas grandes, enormes. Trébedes, sopladores de candelas…

Paco ponía el hierro dentro del fuego y cuando estaba al rojo vivo, sobre el yunque lo agujereaba para que, luego, en la herrería los clavos tuviesen su sitio. Los hierros incandescentes terminaban en un recipiente con agua para enfriarlos y, entonces subía un humo súbito a modo de vapor.


Cuando se modernizó la agricultura se ‘aplicó’ a la artesanía. De su mano salían candiles de aceite, faroles, maceteros de pie y de pared, argollas. Felipe Aranda lo ‘eternizó’  un día en plena faena. Ahora, su hijo continúa…

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