Cualquier día de estos celebramos el día
internacional en que “no celebramos nada”. Viene a cuento porque según
escuchaba esta mañana, el 16 de octubre, hemos celebrado el Día Internacional
del Pan. Pues mira que bien.
Alguien dijo que el nivel de desarrollo de un país
(entonces nosotros estábamos en la liga donde jugaban
los países en vías de desarrollo) se evaluaba por la cantidad de pan,
carne y leche que se consumía. Mucho de lo primero, pobreza; de los segundo,
apuntaba a riqueza y bienestar.
Los pobres
deseaban el pan que no les llegaba con el jornal de miseria; los ricos lo
tenían de sobra. Hubo quien se enriqueció con el trigo de estraperlo y se
aprovechó de una España de carestía, aunque eso sí, misas, novenas, quinarios,
golpes de pecho… Ellos estaban en la España del “trigo limpio”. ¡Ay, eminencia
con lo guapo que están algunos calladitos!
En España el
pan, por aquel tiempo, era básico en la compra diaria. Tan básico que cuando
algún malaje hablaba más de lo preciso, alguien le replicaba: “Cállate que cada
vez que hablas sube el pan”. Y si subía el pan en muchas casas entraban sudores
de necesidad y hambre.
Había quien pedía el mendrugo de pan de puerta en
puerta. A uno cuando recuerda aquello todavía se le hiela el alma. Cuando un
trozo de pan se caía al suelo, se le daba un beso y se comía. El pan se
guardaba en una talega detrás de la puerta en la cocina.
A algunos
niños cuando salíamos de la escuela por la tarde, a las cinco, nos habían preparado para la merienda, un trozo de pan con un hoyito lleno de aceite
o una rebanada untada con meloja, miel, mantequilla… Algunos fuimos unos niños
afortunados.
Cuando escribo estas líneas me quedo con El Pali. Se
lamentaba en unas de sus Sevillanas memorables de algunas cosas perdidas en
Sevilla. Cantaba: “madre ya no viene el tren / a las clarillas del día / que
traía a los panaeros / de Alcalá de Guadaira”. Mejor que sea así…, aunque haya
que celebrar el Día Internacional del Pan para concienciar que aún no llega a
todas las mesas.
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