En el siglo XIX Sebastián de Iradier compuso “La
paloma”. Todos hemos cantado la canción muchas veces. Hemos pregonado a la
ventana, a la paloma que llegaba, al cariño que habría que propiciarle…
“Si a tu ventana llega una paloma / trátala con
cariño que es mi persona…” Y hablaba de la salida de la Habana, ¡válgame Dios!
Nadie vio la salida, nadie supo de aquella salida solitaria… Todo era añoranza.
Pedía confidencias y flores y pedía una
cosa imposible: amor.
Corrió el tiempo. Exiliado en Paris vive Rafael
Alberti. Vive en la casa de Pablo Neruda. Corría el año 1941. España rota en
añicos intentaba reparar y restañar demasiadas heridas. Carlos Guastavino, en
Buenos Aires, le puso música.
Pregonó Rafael la equivocación de la paloma. “Se
equivocó la paloma / Se equivocaba / Por ir al norte fue al sur. / Creyó que el
trigo era agua. / Se equivocaba…” Y hablaba de estrellas y rocío, de calor, de
nevada, y tuvo la peor de las equivocaciones, creyó que tu corazón era su casa…
En la España de los años cincuenta, Antonio Molina,
cantó a otra paloma. Era de pluma blanca, como la paloma aquella de las tropas
de Darío, el persa, sobre las que se desencadenó una tormenta al pie del monte
Athos… Los griegos que desconocían las palomas blancas, cuando las veían volar,
pensaron que eran mensajes de amor.
Antonio Molina la bajaba cada tarde al río a
bañarse. Por ponerle le puso pico de oro, alas de plata… color de lirio. Decía
Antonio que aquella paloma era blanca como la nieve…y la invitaba: “paloma
vente conmigo”. ¿Le haría caso?
Esta mañana junto al pozo, en el derramadero del
pilar, zureaban las palomas. Habían dado
una vuelta por la campiña; desayuno de grano de las primeras sementeras. Habían
tomado su baño mañanero. Recostadas, abrían las alas al sol y esperaban el paso
del tiempo. Dentro de un rato volverán a la umbría del palomar y dejarán que
pasen las horas de la siesta…
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