sábado, 31 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vida

Las ciudades compiten (¿?) entre sí. Quieren atraer a posibles visitantes. Nos ofrecen de casi todo. Espectáculos, monumentos, gastronomía, deportes de riegos extremos,  naturaleza... Afinan; publicitan cosas sofisticadas;  algunas, pintorescas.

“Para los barcos de vela, escribió Federico, Sevilla tiene un camino…” En  Nerva,  dicen, que al río Tinto se han venido a vivir por mucho tiempo los paisajes lunares. En Alicante, que es allí donde el sol pasa el invierno y en Valencia que es la tierra de las flores y el amor…

Hay quien riza el rizo. He recibido una publicidad elaborada con mucha profesionalidad porque cuando la gente dice de hacer las cosas bien, saben hacerlas. Me invitan a visitar los cementerios más sobresalientes de Europa: Génova, el cementerio judío de Praga, Montparnasse y Montmartre en París…

Marcan como reclamos, la belleza y la monumentalidad de los mármoles de Staglieno en Italia; las visitas a las tumbas de Samuel Beckett, Sartre y Simone de Beauvoir, Cortázar, Porfirio Díaz o César Vallejo en Montparnasse; las de Degas, Dumas, Gautier o Stehendal en Montmartre. Todo muy macabro. Tétrico.

Hay una peregrinación estos días camino de los Camposantos. Disparados los precios de crisantemos, rosas y claveles. Velas encendidas, limpieza de lápidas, del dorado de las letras y de todo lo que circula en la cultura del culto a la muerte. Dentro de nada volverán a tener todo su vigor los versos de Bécquer: “Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos”.


Prefiero otro recuerdo de Montmartre. Jean Louis Trintignant y Anouk Aimée. “Un homme et une femme”, Claude Lelouch… La película bellísima, 1966. Entre un hombre y una mujer nacía el amor… Es decir, la vida; ¿la muerte? pues, eso, cuando sea la hora…

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